No.

Me encontré con sus ojos, cómplices. O tal vez ellos me encontraron a mí. Tal vez ya lo sabían antes de estudiar cada surco, cada matiz de su reflejo. Sin dejar de contemplarse y a tientas, buscó mis manos, trazó círculos sobre mis uñas. Creo que fue entonces cuando fui consciente de lo que escondían. De lo que no estaba oculto en absoluto. No. Nunca lo estuvo.

Y sabía que había estado esperándome. Que desde hacía más tiempo de lo que quiero imaginar se reconoció en mis ojos. En la manera en la que a veces se pierden. En el camino que recorren por inercia. En esos puntos en los que se quedan clavados, sin querer.

Y por fin pude verme en los suyos. Pude identificarme en la mueca de sus labios, en las pausas reiteradas de su voz. Era como si, tan solo al rozar la superficie, borrase los colores, las formas que nunca habían existido. Como si todo lo que dejaran atrás fuera un espejo.

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