Tú también querías que pasara el tiempo

Tengo prisa, tanta que ni me paro a mirarte esta vez. Ni siquiera a lanzarte uno de esos besos de los que congelan. Tengo prisa porque pasen las estaciones y ni te enteres. Me comeré las uvas, pasaré de ti en San Valentín y saltaré hacia el verano en un mismo día.
Quiero que termine este año, para poder darme la vuelta y reírme de mis dos aciertos y mil errores; para poder comparar los minutos que antes pensaba en ti y los que pienso ahora en acordes
No puedo esperar a ver todo lo que habré aprendido el próximo septiembre. Tengo dudas, tengo vértigo. Podría tenerlo todo en una primavera; o tal vez no.
Voy a doscientos cuarenta kilómetros por hora en un camino de una sola dirección; sin tráfico; ni radares. 
Espero no perderme, antes tu ausencia me volvía torpe.


Tengo prisa, tanta que ni me paro a quererte esta vez.


Pequeña sonrisa de Amélie

El calor; o en este caso el frío (del que no son culpables las estaciones). Cuando sientes las teclas de un piano o los acordes de una guitarra sobre tus dedos. El tacto de una lágrima y un beso. Tomarte un café a las cuatro de la mañana o relamer unos labios llenos de chocolate (tuyos o míos). Una canción que nunca has escuchado y las palabras que olvidaste decir. Oler el perfume caro de algún que otro desconocido o simplemente un paseo en coche. 
Especialmente, lo que grabamos con tinta indeleble en la piel son las sensaciones; lo que nos deja huella. Como la última página de un libro o el color rojo en Amélie
Una vez más, voy a dejarme llevar por ella, quién me enseñó realmente lo que son las sensaciones y su atractivo, al olor de la tierra mojada; al tacto de los granos de café; a los juegos de niños; al sabor de las fresas y quién sabe si al placer de conocerte.
Porque aunque solo sea una de mis sensaciones...
                     Me tienes ganada.

Un paraguas amarillo

Desde hace tiempo sueño con una tormenta que resfríe a media ciudad, donde entre todos esos oscuros paraguas encuentre el tuyo y me cubra hasta el último de mis temblorosos huesos; que al segundo me funda con tu piel, casi escarchada. 
Y me miras; no a mi pelo mojado, ni a mis labios violetas; me miras a mí. Ves lo que yo siempre intenté proteger, precisamente, de alguien como tú. 


Eso es lo bonito del tiempo, ¿verdad?
Que nos traiciona de la manera más inesperada;
 más incandescenteQue nos cambia;
 nos hace girar a más velocidad que el Sistema Solar
 y deshace nuestras ataduras.

Uno de tus suspiros hace tiritar mis pestañas, que se juntan en un corro para poder vencer a tu voz. Y cuando tus clavículas me ruegan que las muerda, tu paraguas y yo hemos desaparecido. Quizá solo como excusa para verte mañana; y al siguiente; y al otro. O tal vez solo quiero que preguntes por mí.

Te conocí en una de esas mágicas casualidades

Apostaría todos mis recuerdos a que la palabra "casualidad" no son solo diez letras sin sentido. Son mis diez letras sin sentido. De hecho, pienso que cada diminuto detalle puede cambiar tu vida de la forma más inimaginable e inverosímil.


Creo que tenemos que tener fe en las casualidades, 
aunque sea solo un poquito; tienen algo de magia.

No estaría mal confiar en esas estrellas, de la que tanto nos hablan, de vez en cuando. O reírse si es que no existen y buscar otra cosa en la que creer. Porque podemos creer en que ese mundo nuestro, que no para de girar, está de nuestra parte; que los mares son algo más que salitre impregnado en la piel.

Se podría decir que creo en la suerte, o más bien, que sé que la suerte existe.
 Aunque a veces se ausente y nos aferremos en mil y una otras magias.

Puede ser que confíe en más cosas de las que están ahí; pero no está mal soñar despierto, por lo menos, hasta que los rayos de sol se cuelen por las rendijas de un mediodía.

 Y sobre todo, no hay que echar a la rutina de más, ni de menos. 
Ya que cuando menos lo espero, me quieres por casualidad.

Que Pepica nos pille confesados

 "Está un poco bizca" - comentario de anónimo sobre Pepica.
No sé por qué, ha surgido así, pero hoy os voy a hablar de una "persona" que conocí este año: Pepica.
Pepica es esa típica mujer creo de 88 años mentales, atrapada en un cuerpo de 50 (y probablemente lo lleva siendo toda su vida); de esas personas que jurarías que nacieron ya con la menopausia.
Pepica es la típica de las colas del Mercadona; la que te ruega que le dejes pasar primero porque solo lleva unas toallitas hipoalergénicas para que no se le irrite... la sonrisa. Y seguro que es también de las que pagan con moneditas de 5 céntimos. 
La versión joven de Pepica (si es que es posible que la haya) es la católica estereotipada que en Semana Santa te pisa los pies con el carricoche y luego te mira con cara de "Eso es que te ha castigado el señor por no haber visto las 394018439018 procesiones de hoy. Maldito ateo".
Pepica es la típica madre que le prohíbe ver la tele a sus hijos (los típicos hijos que la llevarán a una residencia cuando chochee aún más).
Pepica es de esa gente que si escucha la palabra "pene" se desmaya.
Básicamente, Pepica es la típica "persona" que, por mucho que intentes huir de ella, acaba encontrándote, como si para ella fueras el presentador del programa de Saber Vivir.
Y por eso escribo esa entrada (no por ningún rencor hacia su persona, como que me dijera el otro día que no vocalizaba, qué pedazo de ****), para advertirte. Si tienes a una Pepica en tu vida, la única posibilidad de supervivencia se concentra en seis letras: correr. (Recuerda: tiene los músculos atrofiados de tanto quejarse del ateísmo)