Daltonismo y otras de tus facetas

No sé si depende de la estación, de la semana, de los anuncios de chocolates en televisión, de los calcetines a rayas, de los documentales de La 2, de las millas que mide tu ego o de las pulgadas que ocupas en este órgano bajo mis costillas de cristal. Lo único que sé es que cada día me resulto diferente.
A veces me haces confiar en las constelaciones, otras en cambio, siento que en lo que transcurre un cometa, me hago adicta a los rayos del Sol. Aunque después de un par de pestañeos levanto un muro indestructible, cuando me doy la vuelta lo derribas sin pudor. Si mi tarde no es de color de rosa, me vuelves daltónica. Y al día siguiente has desaparecido de mi mente. 
Espero que no me lo tengas en cuenta, pero es que no sé ni tu nombre.
Y ojalá tampoco te importe, que te llame como quiera.

Tú: 0 - Senectud: 1

Muchos historiadores piensan que todo empieza con la frase "Pasad por aquí, en el mismo orden", también están los de mi quinta, que creen que más bien comienza con la siguiente: "NIIÑAAA, VETE A COMPRARME AL MERCADONA". Sí, estoy segura de que es esa.
Bueno, pues eso más un "Arreando que es gerundio" y ya estás de patitas en la calle, con tu lista de la compra y tres bolsicas en el bolsillo (que es que las mu' japutas cuestan dos céntimos y ese gasto no se lo puede permitir una madre). Aunque los menos afortunados tienen que cargar con un carrito de Dora La Exploradora.
Omitiendo los detalles de cómo llegaste a la puerta (hagamos un corte sutil, como en las pelis coreanas de bajo presupuesto), ya estás en la tienda. Revisas la lista, mientras cantas en tu cabeza "Meeeeeeeeercadona, Meeeeeeeercadona" y suena alguna que otra canción antigua de La Oreja de Van Gogh (que seamos realistas, solo salen en los supermercados, las pobrecicas). Cuando ya te has recorrido los tres mil pasillos y vas cargado de lo que comenzó siendo "tráeme tres barras de pan", hasta "el caldo de pollo Gallina Blanca; sí, el que está al lado del tomate, gilipollas", llegas a la cola. Aunque con la gente que hay ya podría ser la cola del INEM, igualita. 
Mientras llevas como cinco minutos esperando, tres viejas con cara de "Hija, tengo más cosas que tú y puede que te insinúe que tengo prisa o que me duele la pelvis para que me dejes pasar, pero si tú estuvieras detrás de mí con un solo puto paquete de chicles no te colaba, zorra" se han colocado detrás de ti.
Tres gruñidos de vieja después, ocurre el milagro. Una cajera vuelve de tomarse el cafelito de las ocho de la tarde y dice: "Pasad por aquí, en el mismo orden".
Analicemos esa frase detenidamente: "Pasad por aquí, en el mismo orden". No sé por qué, pero algo falla en la oración. O "mismo orden" significa "orden contrario", o las viejecitas no tienen enchufado el sonotone. Ya que, misteriosamente miran a los lados y se encaminan sigilosas hacia la caja, y tú piensas: "mismo orden... Mismo orden... Qué raro."
Entonces ves como la anciana con la pelusa (porque está claro que lo que tiene en la cabeza no es pelo) más cardada, llamémosla Eustaquia, te mira con superioridad. Desafiante.

En ese preciso momento, una lágrima de tus ojos cae junto al peso de la derrota sobre los hombros. Un jubilado se ha marcado un #FuckThePolice.
En ese preciso momento, te replanteas tu vida.




Y yo con estos pelos

Yo soy de las que piensan que las cosas llegan cuando menos te lo esperas. Un día estás comiendo pipas en un banco y de repente...¡¡BAAAAMMMMM!! El verano se acaba, tu mejor amiga se ha enamorado de un apicultor, un militar te habla por Tuenti, te va a visitar un extraterrestre, un panchito te insulta, te conviertes en mecánica y un brócoli te pide salir.
Y lo peor de todo: tu jefe de estudios se llama Pepe Llavero Bailón.

Adiós color

Estoy harta pero no sé de qué. Creo que quizá esté harta de estar harta (que por cierto es una palabra bien fea). Últimamente me invade una sensación muy agobiante, me siento más rara que nunca.
Tal vez es porque me faltan dedos en las manos y en los pies para contar la gente que un día significó algo para mí y ahora no es más que un ceño fruncido. Poco a poco esta ciudad se va empequeñeciendo y me hace pensar: "No, ahí no puedo ir por que quizá esté no sé quién". Y no es justo. Debería ser capaz de ir a donde quisiera, cuando quisiera.
Pero no lo soy. ¿Son los demás quiénes lo destrozan todo o soy yo?
Si mi cabeza fuera una botella de Coca-Cola, al abrirla todos saldríamos volando y, con cada letra que se suma a esta entrada, mi mente se enreda un poco más.
¿A veces no te gustaría que la persona menos pensada apareciera 
y diera a tu mundo un giro de ciento ochenta grados?
Pues yo necesito girar.