La música del silencio

No he intentado rellenar el agujero de mis pensamientos con palabras vacías, con palabras huecas y sin sentido. Sólo he permanecido en silencio, dejándome amedrentar por él, permitiéndole que hable por mí.
Y lo que menos me desconcierta es que tiene que decir mucho más que yo, es que tiene más música dentro que nadie que haya conocido nunca.

Y me decido a escucharle, a que mi respiración queda sea acompañada por la suya, a que su intensidad atraviese las paredes.
Pero tiene tanta prisa, tanto miedo a que cualquier otro sonido le vuelva mudo, que entrecorta sus palabras con las siguientes y soy incapaz de entender algo más allá de sus sordos quejidos. 
Pero no puedo rogarle que hable más despacio, que intente apaciguar su ansiedad. Si lo hiciera, jamás volvería a sentirlo dentro.
Así que espero a que su propio agujero se complete, a que se adueñe de su misma mudez. A la música del silencio.

loeresloeresloeresloeresloeres

Siento que hay algo dentro de mí. Algo que es inquieto, impredecible. Algo que es mejor de lo que jamás tendré. Pero es imposible de alcanzar y si, por casualidad, siento que estoy a punto de rozarlo, la posibilidad de que sea intangible y pase a través de mis dedos me aterroriza y paraliza. Me deja inmóvil, incapaz de efectuar otro movimiento que no sea el propio temblor de mis manos. Y permanezco en este trance por más tiempo del que puedo imaginar. A veces dudo de si es un sueño o no. Y a pesar de ello, creo que es lo más intenso y real que he sentido nunca. Siempre que vuelvo en mí, mi labio inferior está marcado por mis dientes y la boca me sabe a sangre. Pero no siento dolor alguno, solo ganas de mirarme en el espejo mientras acaricio las grietas de mis labios con las yemas de los dedos. Me gusta mirarme en el espejo. Mirarme tanto tiempo que olvide la sensación de encontrarme con mi propio reflejo y me confunda con otra persona. Es entonces cuando puedo percibir mis facciones como si fueran las de un desconocido y juzgarlas honestamente. Así noto cosas de mí mismo que era incapaz de sentir antes, como el patrón que siguen las fibras del iris más cercanas a mi pupila o la forma en la que se arquea mi comisura al sonreír. Cuando me doy cuenta de lo genuino del momento, no puedo evitar que se erice mi piel. Y me siento tan extraño, tan lejano de mi cuerpo, que me aterra la idea de no poder volver a él nunca, de alejarme tanto que me sea imposible considerarlo parte de mí de nuevo. De quedarme perdido en el aire, como si fuera una hoja caduca que vuela sin rumbo hasta que aterriza en el suelo y es aplastada por las pisadas de un extraño que no percibe su vacío. En ocasiones me paro a pensar en lo triste que sería para un árbol no escuchar el sonido que producen sus ramas al ser sacudidas por el viento o el canto de los pájaros que descansan en su copa. Es muy triste que no sienta los ojos de quienes lo miran con nostalgia... Y mientras pienso en esto, un día ha pasado y otro, y otro más. Y sin embargo, realmente no ha sucedido nada. Nada ha cambiado a mi alrededor. El fuego sigue quemando y el agua todavía calma mi sed. Pero algo dentro de mí me hace sentir que cada pequeño detalle del mundo es totalmente diferente a como solía ser ayer. Jamás miraré algo con los mismos ojos con los que lo estoy mirando ahora. Y todo sucede tan lento, y a la vez tan deprisa, que me entra vértigo de pensar en cuál de las dos opciones es correcta. En cuál es mejor elección. Y la sola idea de que tenga que renunciar a una sola de ellas me paraliza. El tiempo es algo que siempre me ha obsesionado. A veces me odio a mí mismo por ser incapaz de prestar atención a lo más cercano a mí, a lo más obvio de percibir, como desconocer si la persona que tengo enfrente está sonriendo o llorando de impotencia, y no obstante me pierda a mí mismo entre el olor del césped recién cortado cuando llueve o en el tacto de mis labios agrietados. Y me da miedo que se crean que me son indiferentes, que sus palabras no me resultan fascinantes. Te juro que lo son. Te juro que lo eres.

Pesimismo inteligente

Reíd vosotros, optimistas e ilusos,
Bailad, aunque no haya música,
Durante noches que no querréis recordar,
Sobre una luna que solo brilla por sí misma,
Y no por vosotros, infelices.

Y nosotros, a los que el realismo nos mantiene cuerdos,
Y el pesimismo anclados a unas olas inmóviles,
Dolientes de algo que todavía no hemos vivido,
Cansados de caminar a la deriva,
Nos ahogaremos por la luz que nos ciega desde dentro.