Interrogación

Le aturde el silencio rotundo que sale de su boca
el impulso eléctrico del impertérrito
el torrente de ideas que mueren al nacer
el reflejo de las gotas vaporosas
el tacto dulce de temblores quietos
el falso candor de quien no tiene miedo
la sombra nocturna que despliegan las alas
el sinsentido de unas palabras que desaparecerán

Romper el cristal

Hay un cristal. Creo que hay un cristal. No sé exactamente dónde está, ni lo he visto ninguna vez. Pero sí, algo dentro de mí sabe que existe. Tampoco conozco su grosor ni su resistencia. No sé si alguna vez podré rozarlo con los dedos o echarle el aliento y dibujar sobre él imágenes que haya soñado, figuras que pinto automáticamente sobre cualquier papel. Creo que soy incapaz de verlo porque se extiende sobre todo lo que conozco, sobre todo lo que se posa ante mis ojos. Y me impide llegar a tocar nada, a sentir nada. A lograr a ser parte de algo. A sentir que soy un componente del mundo. A rellenar el vacío.
En ocasiones siento cómo se ensancha, cómo me separa aún más de la realidad. Y, en ese instante, me veo reflejada en él, veo mi rostro sobre su superficie preguntándose cuántos kilómetros va a abarcar el cristal, cuánta distancia me aísla del mundo. Cuándo se va a romper.
Y sí, hay momentos en los que siento cómo se resquebraja, cómo se llena de agujeros, cómo se llena mi interior del aire más limpio que me ha rodeado nunca... E intento aferrarme a esa experiencia, intento que lo más profundo de mi alma se ilumine por esa luz tan nueva, tan brillante, tan genuina.
Y te juro que logro creérmelo, que consigo, aunque solo sea durante los pocos segundos en los que me miras, que el cristal desaparezca. Consigo que seas parte de mí.

Ser parte de algo que sí existe

En los sueños en los que es un personaje más, conforme la historia avanza, su rostro se deforma poco a poco. Al principio es capaz de reconocer a la perfección sus uñas, su pelo, sus labios y su nariz, pero luego todos sus rasgos se amoldan a los de otro. Y, a pesar de ello, algo en su interior sabe que es ese personaje desconocido.
A veces se pregunta por qué. ¿Qué razones se ocultan detrás?
¿Se divierte ante la idea de ser otro, o solo por dejar de ser uno mismo?
¿Anhela, sin saberlo, perderse a sí mismo entre cuerpos más definidos, más esbeltos?
¿Entre sonrisas que no estén torcidas, entre unas manos que no tiemblen si nadie las sujeta?
¿Acaso quiere desaparecer?
¿Y no serán esos cuerpos, que no pertenecen a nadie, los que desean ser abrazados, ser parte de algo que sí existe, que sí tiene fondo?

dreams have a knack of just not coming true

Cuando percibo mi situación, intento aferrarme al más cálido silencio, pero soy incapaz de hallarlo en alguna parte. Ni siquiera en el más tenue y oculto rincón. Mis ojos buscan desesperadamente una salida, pero mi yo más lógico y paciente sabe que es en vano. Que allí, aunque el neón ilumine la pista de baile con decenas de colores, la luz no va a hacer que brille mi piel... que allí, el frío no va a ser tan fácil de burlar.
Y una parte de mí cree que la única solución es cerrar los ojos y dejarse llevar, dejarse arrastrar por el sonido que retumba en mis oídos...
Pero no. Sé que eso me haría perderme a mí misma. Me haría desaparecer.

Y...

Me sorprendo a mí misma dibujando la imagen de una libélula grisácea, casi transparente. La inexistencia de su brillo me acongoja. ¿Dónde se oculta su intensidad, su color? ¿Y por qué, a pesar de su candor, se congelan sus alas?
Me pregunto si es ella o es mi mano. Si es su palidez o mi opacidad. Si son los pigmentos de mis pinturas, que han olvidado el concepto de literatura, o si es el arte en sí, que evita, receloso, que sus alas se desdibujen en el papel y decoren el aire.

Y, sin embargo, me asusta la idea de que lo consiga, de que huya de este cuaderno y no mire atrás, y... 
...y no pare a reflejarse en mis ojos.