Por un tiempo

Siempre buscó una excusa para todos sus desalientos en la lluvia. 

Sabe que, aunque las gotas de lluvia no vuelvan a rozar su piel, seguirá empapada. Que aunque se quite la ropa y, desnuda, se observe en el espejo, seguirá temblando. Que aunque se seque el enmarañado pelo seguirá siendo oscuro como el ala de un cuervo. Y todo esto seguirá por un tiempo.

Pero en un futuro no.


Sabe que sus huesos entrarán en un calor que adormece, que cesarán los seísmos y que su pelo dejará de ser oscuro como el ala de un cuervo. Sus días serán cálidos, su pulso firme y su pelo será del negro de la golondrina. Lo serán por un tiempo.



Y el tiempo, el único que sabe lo que sucederá a continuación, permanece callado. No quiere estropearnos la historia...

La decimoquinta constelación más brillante del cielo nocturno

Y el dragón de escamas blancas rugió. Y su rugido traspasó valles, cascadas y montañas, sacudió el viento y zarandeó los sicomoros y los sauces, que dejaron de llorar. Su rugido alertó a los ciervos y a los conejos, a las libélulas y a las ranas. Atemorizó al mundo entero, a todos y cada uno de los seres que habitaban Virgo. A todos menos a Eli. A Eli no.
Y el dragón de escamas blancas abrió sus fauces y se abalanzó sobre ella. Pero Eli no se asustó. No Eli. Sino que alzó su pequeña mano intentando alcanzar su hocico e inspiró fuertemente antes de decir 
- Hola, Spica. - las orbes doradas del dragón de escamas blancas brillaron, curiosas. Pero no más curiosos que los ojos miel de Eli. Nunca más que los de Eli. - ¿Por qué no ruges otra vez, Spica? - y el dragón dejó de enseñar sus colmillos y descansó la cabeza sobre la húmeda hierba. 
Eli acercó delicadamente -pero con su usual determinación- aún más su pequeña mano, parándola en seco dos centímetros antes de lograr rozar sus escamas blancas. Spica parpadeó y volvió a mostrar sus afilados dientes, medio amenazantes. Fue entonces cuando Eli se aproximó veloz hacia ellos y los acarició, reflexiva. - ¿Sabes, Spica? He visto muchos mundos, más de lo que te podrías imaginar. Pero nunca había visto unos colmillos como estos. Son aún más blancos y afilados que tus escamas. - esta vez levantó su mano izquierda y rozó con las yemas de sus dedos las blancas escamas. Eli enseñó su sonrisa torcida y lobuna al dragón. Juraría por mi propia vida que esa sonrisa daba mil setecientas veces más miedo que la de Spica. Hasta juraría que el dragón sentía un poco de pavor, aunque mezclado con cierta curiosidad. Nada raro cuando se trataba de Eli. - ¡Eh, Pim! ¿Por qué no te acercas? ¡Spica es totalmente inofensivo! ¡Te lo prometo! - me dijo. El dragón de escamas blancas se giró hacia mí. No, no, no, me dije. Me escondí aún más, detrás del sauce gris y cerré los ojos. De pronto sentí un aliento cálido a mi alrededor. Maldición, Eli. Abrí el ojo izquierdo y juro por la Diosa que intenté con todas mis fuerzas no desmayarme. Eli me sonreía, subida al lomo de Spica. Maldición Eli, pensé.
Eso fue lo último que recuerdo antes de despertarme encima del maldito dragón, mientras volábamos hacia un nuevo mundo.


La fuerza de un "¿Qué pasaría si...?"

El corazón es un órgano estúpido. Late por inercia desde que nacemos y abrimos los ojos hasta que morimos y nos los cierran, sin ningún motivo, sin razón aparente. Sin buscar antes una causa y sin molestarse en fingir un pretexto. Y cuando parece que cobra vida y sus pulsaciones se disparan, cuando lo sientes en tu garganta (y en tu esófago), cuando albergas un hilo de esperanza... nada. Vuelve a su rutina, a su tik y a su tak. Vuelve a ser el reloj cuyo sonido hace mella en tu oído (pero nunca en el corazón). Y cuando llega el invierno se cree que merece hibernar y nos da de lado, palpita por palpitar, librándonos de esos pocos sobresaltos que tanto anhelamos. Para hacernos creer que sigue allí, pero no lo hace. Se ha ido.
Creo que este mundo esconde una fuerza increíble en los sitios más impredecibles y más extraños. La esconde como un tesoro precioso y sólo se te presenta si ésta, y su espíritu inocente, cree que debe hacerlo. Quizá si eres impredecible y extraño. O tal vez si no lo eres. Quizá si nadie conoce nombres para definirte.
Si tu esencia está por encima de las connotaciones.
Si tú... das ese calor de combustible infinito que ni el más frío invierno se atreve a apagar.

¿Qué pasaría si fueras así?
¿Te atreverías a acabar con las tormentas y los aludes?
¿Harías del invierno un lugar más cálido?
Un lugar donde el corazón no hibernara y encontrara su razón de latir...

Siendo tan eterno este momento...

A veces mi vida es como una película de ficción que ni yo misma soy capaz de creer. ¿A veces? Ilusa. A veces rebusco y enredo mil pensamientos que no existen, que jamás se han formulado. ¿A veces? Estúpida. A veces sueño con abrazos y gestos de personas que no han llegado, que no llegarán. ¿A veces? Ingenua. Y a veces me siento entumecida al despertar y comprobar que nada ha sucedido, que todo sigue igual que como lo dejé antes de adentrarme en mis sueños. ¿A veces? Patética. 
Y ya van tantas, tantas veces... que me aterra pensar en cómo será la siguiente.
Pero, en otras ocasiones sí que llegan los gestos y las risas, sí que bailamos con más ritmo que el mejor batería (o con menos que el corazón más arrítmico). Esperamos y hacemos esperar al amor, nos quemamos por él y celebramos. ¿Celebrar qué? Cualquier cosa, cualquiera que me sirva de pretexto para bailar a vuestro lado.


Siendo tan pequeño el universo, ¿cómo pudisteis caber allí?

A quemarropa.

Todo pasó en un segundo. Un segundo en el que Brain podría haber estado ajustándose su anillo del dedo anular o tirando de los incipientes pelos de su barba rojiza. O quizá podría no haber estado haciendo absolutamente nada. Sin embargo, ese segundo cambió su vida -y su muerte-. No fue un acto, como una sonrisa torcida, un roce o algún que otro flirteo. No. Fue el segundo en sí. El tiempo se adentró en él, como lo haría una mota de polvo inspirada por accidente. Como la luz que se cuela por las rendijas de una ventana y se refleja en tu piel aún dormida. Pero el segundo todavía no había pasado, excitado y risueño como un niño que juega con pompas de jabón, recorrió su cuerpo de cabo a rabo, sin vacilar ante las bifurcaciones de su interior. Pero el segundo todavía no había pasado, seguía circulando dentro de Brain, impregnando cada célula, cada mililitro de su sangre y cada recoveco. Y atravesó sus venas, acarició sus pulmones y descansó en su intestino delgado. Y ahí se paró. Pero el segundo todavía no había pasado, seguía rozando sus dedos, electrificando su vello y enrojeciendo sus mejillas. No se movió del estómago, pues pensaba que de allí surgían las buenas ideas -sobre todo las más ambiciosas- y decidió quedarse (al menos durante un segundo).
Ese segundo fue como un disparo a quemarropa, como una pregunta brusca.
Inesperado, impreciso, diferente.
Ajeno a todo lo que jamás había sentido.


Pero el segundo no había pasado... el segundo fue eterno.

Casi

Hoy he vuelto a ver esas sombras y esas formas imprecisas que tanto me fascinaban de niña. Ese algo que absorbe todo a su paso y hace que te dejes llevar y mecer. Yo casi me dejaría morir por ello. Casi.
Pero, ten cuidado con las sombras y las formas que imaginas. Advertencia por experiencia (de una experta en ser ensombrecida): tendrán más fuerza y atracción que la realidad.
Y si no, ¡ve buscándote otras sombras!

Apareces, te vas y vuelves.

Quizá la adversidad sea la que nos haga creer en la rutina. O tal vez es la rutina la que nos hace creer en la adversidad. O puede que nada de esto sea cierto. A lo mejor empezamos a creer en momentos únicos. En sentimientos que un día aparecen, otro se van y al siguiente vuelven. Pero nunca iguales. Nunca iguales. 
Nunca iguales...

Me haces falta

Ven. No hace falta que me expliques por qué sentimos frío, pero ven. No hace falta que ensayes previamente tus palabras, ni que me deslumbres con tus metáforas. Ven, ven, ven. Sólo necesito que seas tú, con tus deslices y tus desatinos. Con tus sombras y tus rayos de luna. Que apagues la luz y nos dejes a oscuras. A ti y a mí. A nosotros. A lo que pudimos, podemos y podremos ser. Así que llévate todos mis atisbos de luz, déjame sin corazón. Conviérteme en un monstruo marchito y sin amparo. Pero ven. Hazme olvidar todas las canciones que ya conocía y sorpréndeme con tu música, o con la música que sepamos hacer. No hace falta que cometas locuras y que finjas ser lo que nunca has sido. Ni que finjamos ser lo que nunca seremos. Porque todo entre tú y yo se ve mejor a oscuras. No somos nada. No se aprecian los mecanismos, ni los engranajes que complican tu ya enrevesada forma de pensar. Y si así puedo llegar a ti, puedo conocer cada centímetro, cada mirada, cada expresión de dolor... Ven, ven, ven.
No hace falta que me descifres, ni que me desnudes, ni que aparezca en tu poesía. Sólo necesito que este aire gris que me está envolviendo adquiera un color que merezca la pena: blanco o negro. Que estoy cansada de perderme a la deriva de un mar sin olas, de andar en una isla que nadie conoce. Me estoy aburriendo de estos días sin emociones, sin sobresaltos. De estos días grises que te marcan más que cualquier destello o penumbra. De esta nada que me ahoga si tú no estás. Si tú no estas... 
Y lo peor es que no sueles estar y esta dependencia de ti me está asfixiando más que cualquier día apagado o plomizo. ¿Por qué apareciste? Dímelo. Si era para algo más que alejarme de esta monotonía, dímelo. Porque ahora la rutina son las tardes grises en las que te ausentas. No hace falta que vuelvas si esta vez no te quedas. No, no, no... Ven... Aunque sólo sean unos segundos... Sí hace falta. Sí lo hace. Ven y hazme falta cuando te vayas.