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They fed us on little white lies

She was looking at nothing. Eyes lost on the infinite shapes of the wall. Her mind wandering in the least favourite place of her brain. 
Suddenly, a cold breeze kissed her cheeks and nose, uncovered by the duvet, waking her up from the slumber. She grinned at a memory.

"When I was a kid I used to spend hours looking at it. I could see anything."

"It?"

"The wall. I could picture a thousand different images. The whole world fitted in my room."

"Not anymore?"

"And my eyes were always opened. Imagine what I could see when they were closed".

"What was your favourite thing to imagine?"

"But it's like if the gaps were now filling themselves with existing images, my own memories blocking the path".

"Do you miss it?"

She faced her again and gently touched her lips. She knew she had been broken before.

"It's a fading feeling. Only a distant ache for something you could never truly grasp."

Nombres

Cada vez que me asomaba por la ventana y no veía la nieve, algo dentro de mí se revolvía. Siempre había sido parte de mi paisaje, mirara donde mirara. Lo cubría todo, desde los tejados y las ramas de los árboles hasta mis rodillas, al borde de congelarse. Incluso ahora, cuando cierro los ojos, no puedo evitar verla. No puedo evitar llevarme las manos temblorosas a los labios y bañarlas de vaho.
En cambio, desde mi nueva ventana, se ocultaban mil tonos distintos. Recuerdo que, la primera vez que los vi, me resultó absurda la idea de que siempre hubiesen existido esos colores. Eran pigmentos que no conocía mi repertorio, matices tan irrazonables que me veía incapaz de imaginar con los ojos cerrados. Tan intensos que eran imposibles de apreciar en su totalidad.
Y sin embargo, eran reales. Vida recién nacida.
O quizá ya habían formado parte de mi mundo, pero no pude identificarlos antes porque desconocía las palabras para describirlos. No era la primera vez que me había pasado, que algo nuevo había surgido ante mí, como un misterio que nunca supe que quería resolver. Como un surco en el pecho que se construye por sí mismo y no sabías que faltaba tanto.
Al aprender sus nombres, al descubrir cómo esos colores cobraban vida, me invadió el hambre más voraz que había sentido nunca. Me preguntaba cuántos conceptos que eran invisibles a mis ojos esperaban ser encontrados, esperaban formar parte de mí y que les diera nombre. Cuántas cosas podían cambiar mi mundo. Cuánto podía cambiarlo yo.

#

Echó la manta a un lado, soltando un bufido, y se levantó del sofá. Y sin mirarme siquiera a los ojos, agarró el mando con sus pequeñas manos y apretó el botón de pausa. Frunciendo el ceño, aparté el movil, y estuve a punto de preguntarle "¿Qué pasa ahora?", pero al cruzar mi mirada con la suya, no pude evitar echarme atrás.

 ¡No te entiendo lo más mínimo!  exclamó mientras se dejaba caer en el sofá.  ¿Qué estás haciendo?  y me miró como si estuviera completamente loco, como si no supiera nada del mundo y, en mi inocencia, hubiera cometido el mayor de los crímenes. Ante mi evidente estupor, se llevó las manos a la cabeza y apuntó con el mando en mi dirección, al aparato que se encontraba a mi izquierda. 

 ¿Esto?  pregunté, incrédulo, mientras le mostraba el móvil. Asintió, sin apartar su mirada de desaprobación sobre mí, escondiéndose el pelo detrás de las orejas. Se recolocó la manta para tapar del frío cada centímetro de su cuerpo y un suspiro se escapó de sus labios, demasiado tiempo siendo preso.

 Te has perdido la mitad y ni siquiera sabes por qué, te lo juro. Te has perdido la forma en la que se miran, cuando se creen que nadie lo hace, la forma en la que se desliza bailando y cómo se acercan sus manos al otro lado del asiento, buscándose. No has visto el brillo de sus ojos cuando sale al escenario o cómo reconoce a una extraña detrás del espejo, esperando que alguien la encuentre. Y no has visto cómo el mundo se para, por sus dudas, y empieza a acelerar, al ritmo de la música. Y te lo has perdido todo, ¿para qué? ¿Para dar algún like y compartir un par de posts? ¿Para gritarle al mundo que no estás en el mundo?  y antes de que pudiera replicar con excusas vacías, pulsó el botón de play.

(...)

Lo primero que hice fue diseñar sus orejas. Al fin y al cabo, en un principio, mi intención no era otra que la de ser escuchado. La izquierda me quedó un poco más grande que la derecha, y creo que los lóbulos eran algo dispares. Pero no me extrañó en absoluto: era la primera vez que creaba una persona.

Aun así, necesitaba saber si funcionaban, si podían distinguir mi voz, si entendían mi lenguaje. Dibujé sus párpados y perfilé las pestañas, sin atreverme a regalarle ni pupilas, ni color, ni visión. Me aterraba que vieran mi rostro y no se volvieran a abrir jamás. Que adivinara lo que soy y, al terminar su boca, me escupiera sus primeras palabras.
Así que una vez diseñados sus ojos, le pregunté:

- ¿Puedes escucharme? ¿Entiendes lo que digo?

La figura no respondió. Se mantuvo inmóvil, inerte, como un autómata incompleto y sin cuerda. Me acerqué despacio, sin notar mi respiración irregular y mi movimiento robótico. Alcé mi brazo para acariciar sus ojos cerrados y contuve el aliento. Primero rocé sus pestañas, una a una, de izquierda a derecha, de arriba a abajo. Mis dedos trazaron pequeños círculos sobre sus párpados. Eran suaves y tersos, tan reales como los míos. Mientras los dibujé, debí salirme de mi trazo: un lunar minúsculo descansaba en el izquierdo, y al preguntarme cómo podía haber sucedido, de repente, un iris sin rastro de pupilas me saludó.
Mi cuerpo, paralizado, no pudo evitar analizar cada uno de los surcos que formaban sus ojos, de los colores que manchaban su iris. Eran pigmentos que no contenía mi repertorio. Matices que me veía incapaz de crear. Y ese brillo... ¿acaso me miraban con sorna, o era curiosidad? ¿Acaso me miraban? ¿Cómo era posible?
No sé si era una forma de responder a mi pregunta o pura casualidad, pero parpadeó dos veces. Mi boca se curvó en forma de 'o' y, de pronto, continuó con sus parpadeos, una y otra vez, sin descanso, intermitentes. Paró durante unos segundos y fijó sus iris en mis labios. Ante mi claro desconcierto, se inclinó hacia mí y los acarició con sus pestañas. Al principio despacio. Luego con urgencia.
Me aparté unos centímetros y señalé mi boca.

- Quieres tener una, ¿verdad?

Sus ojos se abrieron, quietos de una vez por todas, fijos en los míos. Me revolví, inseguro de mis acciones. Incluso arrepentido. Pero sus iris seguían contemplándome con... ¿decisión? ¿esperanza? O quizá no había emoción alguna, quizá todo era una ilusión que yo mismo había creado...

Frialdad

Tenía un agujero en las botas del tamaño de una nuez. Era principios de octubre y no sentía nada por debajo de los tobillos. Hacía unos diez minutos que la lluvia había calado mis huesos y, de alguna forma, el trayecto a casa cada vez parecía más y más largo. Al inspirar hondo, un fuerte olor a café se adentró en mi cuerpo, sacudiendo mis pensamientos. Las gotas dejaron de caer sobre mi pelo, envuelto por un paraguas violeta, y un brazo se agarró al mío, con fuerza. Giré mi rostro y me encontré con un par de ojos negros que, burlones, me escaneaban de pies a cabeza. Como de costumbre, mis labios se movían solos al verlos.

 Ya has tardado más de cinco segundos en reírte de mí. Veo que tu lengua está perdiendo su filo.  Sin poder evitarlo, aparté la mirada, intimidada por la suya. Juraría que, de soslayo, sus comisuras se curvaban hacia arriba.

 Creo que tienes una idea totalmente errónea de mí. — se soltó de mi brazo y, cogiéndome de las manos, me entregó el paraguas.  No creo que sea una persona fría, ¿sabes? No creo que porque mis ideas no se correspondan con las del mundo, mis sentimientos tengan menos peso.  me dio la espalda y empezó a caminar, sin darle ninguna importancia a la lluvia.  Crees que me conoces, pero te equivocas. Tú y muchos como tú, cuando nunca quise guardar ningún secreto... Nunca fue mi intención, te lo juro.  A pesar de que lo único que podía ver era su nuca, la entendía con claridad. De hecho, nunca había escuchado una voz con tanta nitidez.  No creo que porque no hable de mis sentimientos, no sean tan intensos como los tuyos o como los de quien pueda romper a llorar, sin más. No sé cómo explicarlo... no creo que jamás tenga la capacidad para hacer que mis palabras se correspondan con lo que siento. Al menos no en esta lengua. ¿Crees que existirá algún idioma con el que pueda expresar mis pensamientos, tal y como son? 

Aunque no pudiera verme, asentí, sin decir nada. Todavía me pregunto si existe una palabra para describir el frío que, de algún modo, me había calado por encima de los tobillos.

¿Dónde estás?

Llevaba un tiempo en silencio y cuando notó mi mirada clavada en su nuca, se sobresaltó. Alzó la cabeza en mi dirección y, al incorporarse, se sacudió las manos en los pantalones. Empezó a pasear en círculos, mascullando algo incomprensible y masajeándose los dedos, una y otra vez. Recuerdo que tenía algunas hojas enredadas en el pelo, pero no parecía darse cuenta. Mi cuerpo, hasta entonces inmóvil, se dejó apoyar en el tronco, bajo la sombra, y el suyo, de repente, se volvió quieto. Se alejó de mí, dándome la espalda y dejó que el sol bañara sus párpados, cerrados. Tras un suspiro, esta vez habló en voz alta, sin contenerse.

- Fuerzas los músculos, pero no responden. Tus labios se arquean de la forma más patética, pero no se abren. - se giró en mi dirección y, ante mi desconcierto, me miró con dulzura, como quien mira a un niño que todavía no sabe nada del mundo, y dijo con más suavidad - Inspiras y el aire no llega. Intentas reconocer el espacio que ocupa cada uno de tus miembros, pero no logras identificarlo.Y la presión que hay en tu pecho entorpece cada vez más la respiración. ¿Te ha pasado alguna vez? - centró sus ojos en los míos con una intensidad que me hacía sentir que mi cuerpo decrecía por segundos y cada vez se volvía más y más pequeño, hasta convertirse en una hormiga que escalaba por la palma de su mano, por sus hombros y descansaba en su mejilla. Desde allí, sus ojos de hielo me miraban, al borde de derretirse, arrastrarme en su marea y llenar mis pulmones de su sal. Creo que fue en ese momento cuando empecé a saber a qué se refería, qué ocultaban sus palabras. Asentí y, al apartar la mirada, recuperé mi tamaño original. - Todo lo que te rodea se vuelve borroso y la voz que se pregunta «¿Dónde estás?» se apaga, poco a poco. Y... - enmudeció de pronto, intentado elaborar las frases en su mente para que se correspondieran con la realidad; algo que sabía, por experiencia, que no iba a ocurrir. Se sentó de nuevo, apoyando la espalda en el árbol, junto a mí y, por el movimiento, una de las hojas de su peló cayó en sus piernas, arqueadas. Empezó a partir la hoja hasta que los trozos se volvieron demasiado pequeños y continuó. - Te juro que no puedo reconocer mi voz. No puedo sentir mi acento, ni si mi timbre se vuelve más agudo al final de cada frase. ¿Siempre fue todo así, tan... carente de sentido? - sus pupilas, por una vez, se posaron en las mías con necesidad, ardientes, esperando una respuesta. Quería decirle que yo sí identificaba su voz, que notaba el contacto de sus hombros con los míos, que yo sabía dónde estaba.

Sentí como mis músculos querían moverse, sin resultado alguno. Sentí como mis labios luchaban por abrirse, pero no lo consiguieron. Desconocía dónde se encontraba mi cuerpo y la presión sobre mi pecho me impedía respirar. Y mi voz... mi voz dejó de ser la mía.

Y, al cerrar los ojos, sin embargo, seguía notando su presencia, bajo la sombra del árbol. Miré en su dirección y sabía que estaba allí. Estábamos allí.

X.

No puede llorar con el ojo izquierdo.
Sus palabras se esparcen en el aire.
Y las ramas se agitan con el viento.
Del sol nacen las sombras.
Todo lo que nace un día muere.
Le gusta hundir las uñas en la tierra.

Cuando lo ve, pierde su voz.
Y el viento, el sol, las sombras y la tierra desaparecen.


Y pocas cosas sabe más.

El reflejo

- A veces noto cómo los sentimientos se me escapan y no puedo hacer nada para agarrarlos, para retenerlos en mi mente. Sobre todo los que no logro a entender, los que me resultan imposibles de descifrar. Huyen, completos desconocidos. Y siento que llevo una vida malgastando oportunidades para conocerme a mí misma, para dar nombre a mis recuerdos. (Silencio) Perdón, esto es un poco estúpido, ¿verdad? Pero precisamente ahora, creo que estoy bastante cerca, que empiezo a entender algo... aunque me da miedo pensar que eso signifique que estoy dejando algo atrás, que estoy olvidando, ¿sabes? (Intenta hablar, pero las palabras no salen de su boca). No hace falta que digas nada, me basta con que estés aquí, mirándome. Creo que no hay nada mejor que ser escuchado, y sí, sé que tú piensas lo contrario, que lo tuyo es escuchar, pero no puedo evitar sentirme así, con una extraña calidez que me sacude de pies a cabeza cuando me doy cuenta de que mis palabras significan algo para alguien. ¿No te resulta raro oírme balbucear constantemente, mientras que tú solo asientes en silencio? (Sonríe) A mí ya no, estoy totalmente acostumbrada, te lo juro. (Concentra sus ojos en los suyos, y tras una eterna espera, suspira y contempla atentamente cómo sus manos arrancan la hierba, sin darse cuenta). Lo que quería decir, en realidad, es que me asusta la idea de olvidar cuáles son mis sentimientos en este momento. Que dentro de siete años, si es que nos recuerdo, aquí y ahora, no sepa qué rondaba por mi cabeza, qué sentía. Que vea mi cara y sea la de una extraña con la que no me identifico. Aunque, supongo que lo peor no sería eso. Lo que realmente me aterra es encontrarme con mi reflejo y no sentir nada... (Se miran de nuevo, pero esta vez llega a verse en sus ojos, sonriendo. De repente, percibe cómo el silencio se amolda y cambia de forma. Empieza a percatarse del sonido del viento en el césped y las ramas, de las voces de unos niños que juegan, a lo lejos, y del olor de los naranjos que se mecen a su alrededor. Se esconde el pelo detrás de las orejas y se deja caer sobre la hierba, casi acariciándola). ¿Sabes qué? En realidad, no importa. 

Das Deutschbuch

Llevaba puestos los cascos y el volumen de la música superaba al del mundo. Era como mirar el mismo fotograma una y otra vez. Y empezó a debatirse entre asignar un instrumento a cada objeto inmóvil de la habitación o cerrar los ojos y que, así, comenzarán a moverse a su compás.

Consideró estúpido a cualquiera que, en su situación, no sucumbiera a la tentación de imaginarse al libro de alemán tocando la batería.

Nada más

Parecía que mi corazón me iba a salir despedido por la boca. Estábamos tan cerca que podía sentir como se erizaba su piel. Y aunque evitaba por todos los medios reconocerlo, me gustaba esa proximidad. Sentir cómo la presión del momento le hacía temblar cada hueso de su cuerpo, cómo el contacto de nuestros dedos me hacía sentir frío, mucho frío, pero a su vez una reconfortante calidez que me traspasaba el esófago.
Yo siempre había sido un poco lenta, o tal vez eran los demás, que eran demasiado rápidos. No estoy segura. Sólo sé que una parte de mí sentía vértigo de pensar en lo que estaba a punto de ocurrir. O quizá era auténtico pánico, no lo sé.
Recuerdo que era de noche y quiso acompañarme. Y eso que nunca había sido, precisamente, un caballero. La verdad es que ni siquiera se esperó a llevarme a casa.
- ¿Quién empieza? - preguntó, dando a entender lo que ya iba a suceder.
- No lo sé. Me da vergüenza. - dije en un susurro.
Cerré los ojos, y tras una oscura espera que creí eterna, sentí unos labios sobre mí. También noté humedad y torpeza. Nada más. De repente, la calidez en mi vientre desapareció. Y me entraron ganas de palpar mi abdomen, de preguntarle por ella...
Entonces comprendí que nunca había querido estar allí, que yo la había obligado, por miedo a ser demasiado lenta. Por temor a no vivir esa experiencia.
Al llegar a mi puerta, nos despedimos y, antes de entrar, me quité los restos de su saliva con la mano.
Y nada más.

Metamorfosis

Créeme, que te digo que yo lo he visto, que ha pasado, que a veces ocurre que la mariposa, cuando descubre lo que es volar, su voluntad de repente se marchita, encoge las alas, aterriza en la tierra, que nunca fue tan húmeda, hunde sus patitas en el barro, y siéndole imposible caminar, vuelve a rastras a su crisálida, se lamenta por lo que no volverá a sentir, se ahoga en su interior y apaga la luz.

loeresloeresloeresloeresloeres

Siento que hay algo dentro de mí. Algo que es inquieto, impredecible. Algo que es mejor de lo que jamás tendré. Pero es imposible de alcanzar y si, por casualidad, siento que estoy a punto de rozarlo, la posibilidad de que sea intangible y pase a través de mis dedos me aterroriza y paraliza. Me deja inmóvil, incapaz de efectuar otro movimiento que no sea el propio temblor de mis manos. Y permanezco en este trance por más tiempo del que puedo imaginar. A veces dudo de si es un sueño o no. Y a pesar de ello, creo que es lo más intenso y real que he sentido nunca. Siempre que vuelvo en mí, mi labio inferior está marcado por mis dientes y la boca me sabe a sangre. Pero no siento dolor alguno, solo ganas de mirarme en el espejo mientras acaricio las grietas de mis labios con las yemas de los dedos. Me gusta mirarme en el espejo. Mirarme tanto tiempo que olvide la sensación de encontrarme con mi propio reflejo y me confunda con otra persona. Es entonces cuando puedo percibir mis facciones como si fueran las de un desconocido y juzgarlas honestamente. Así noto cosas de mí mismo que era incapaz de sentir antes, como el patrón que siguen las fibras del iris más cercanas a mi pupila o la forma en la que se arquea mi comisura al sonreír. Cuando me doy cuenta de lo genuino del momento, no puedo evitar que se erice mi piel. Y me siento tan extraño, tan lejano de mi cuerpo, que me aterra la idea de no poder volver a él nunca, de alejarme tanto que me sea imposible considerarlo parte de mí de nuevo. De quedarme perdido en el aire, como si fuera una hoja caduca que vuela sin rumbo hasta que aterriza en el suelo y es aplastada por las pisadas de un extraño que no percibe su vacío. En ocasiones me paro a pensar en lo triste que sería para un árbol no escuchar el sonido que producen sus ramas al ser sacudidas por el viento o el canto de los pájaros que descansan en su copa. Es muy triste que no sienta los ojos de quienes lo miran con nostalgia... Y mientras pienso en esto, un día ha pasado y otro, y otro más. Y sin embargo, realmente no ha sucedido nada. Nada ha cambiado a mi alrededor. El fuego sigue quemando y el agua todavía calma mi sed. Pero algo dentro de mí me hace sentir que cada pequeño detalle del mundo es totalmente diferente a como solía ser ayer. Jamás miraré algo con los mismos ojos con los que lo estoy mirando ahora. Y todo sucede tan lento, y a la vez tan deprisa, que me entra vértigo de pensar en cuál de las dos opciones es correcta. En cuál es mejor elección. Y la sola idea de que tenga que renunciar a una sola de ellas me paraliza. El tiempo es algo que siempre me ha obsesionado. A veces me odio a mí mismo por ser incapaz de prestar atención a lo más cercano a mí, a lo más obvio de percibir, como desconocer si la persona que tengo enfrente está sonriendo o llorando de impotencia, y no obstante me pierda a mí mismo entre el olor del césped recién cortado cuando llueve o en el tacto de mis labios agrietados. Y me da miedo que se crean que me son indiferentes, que sus palabras no me resultan fascinantes. Te juro que lo son. Te juro que lo eres.

Nada

Parecía que las infinitas brumas tenían más densidad que ella misma. Ardían y le impedían abrir sus ojos negros. Así que caminaba a tientas por el bosque de Nada, buscando lo que todos buscan cuando llega la noche sin estrellas. Aunque jamás se había encontrado. Por eso mismo cada ente con ambición arde en deseos, no ya de conseguirlo, sino de al menos rozarlo con las yemas de los dedos o de mirarlo de soslayo. Pero sus ojos negros no eran como los de los demás. A pesar de su opacidad y de que nadie se hubiera reflejado en ellos, tenían un fondo limpio e inquieto. Y eso es algo que no se halla fácilmente. Eran sequía, desiertos. Nunca se ponían vidriosos. Nunca decían nada a nadie. Ni siquiera al bosque.

Sólo recordamos lo que nunca sucedió

- Me gustaría saber en qué pensaré antes de morir. O en quién. (Pausa). ¿Tú pensarías en mí?
- No lo sé. Tal vez.
- (Niega). Mentiroso. Y lo peor es que siempre lo has sido, desde que te conozco. Creo que no me has dicho más de seis palabras seguidas en toda tu vida que fueran verdad. Aunque, curiosamente, eso es lo que más me gusta de ti. Adoro tus mentiras, te lo juro. Hablar contigo es como jugar a los detectives. Tengo que estar constantemente concentrada en tus manos y en tu boca. Sobre todo en tu boca. ¿Sabes que tuerces la boca hacia la izquierda cuando mientes? ¿Eh? ¿Lo sabías? Lo haces constantemente, te lo juro. Todo el rato. Y las manos... ¿sabes que te tiemblan las manos cuando dices la verdad? 
- No.
- ¿Ves? Y eso que sólo ha sido una palabra. Hazme caso. Pero es que me fascina. Me fascinas, de verdad. ¿Y sabes por qué? Una vez leí en un libro que sólo recordamos lo que nunca sucedió. Era un libro muy bonito, en serio. Y eso significa que voy a recordarte por el resto de mi vida. Y eso sí que es fascinante. Sí. Casi podría enamorarme de tus mentiras. ¿Te gustaría que me enamorara de ti? (Tras un rato de silencio, niega con la cabeza). No, eso no vale. Tienes que decirlo con palabras. Vamos, dímelo.
- (Le tapa los ojos con las manos) No, no me gustaría.
- (Ríe). ¡Eso es trampa! Pero yo soy más lista que tú... (Intenta quitarle las manos de los ojos, sin obtener resultado)No estás temblando, mentiroso.

La música del mundo

- No es que no me guste la música, ¿sabes? (Pausa). Anda, empújame un rato. (Él se levanta a regañadientes y empieza a mecer el columpio). No es que no me haya parado a escuchar todos tus discos de Oasis, porque sí lo he hecho, y lo sabes. Sólo que... no sé. Tal vez tú y yo no tengamos el mismo concepto de la música. Tal vez no haya nadie que entienda la música como lo haces tú o como lo hago yo. Sería bonito, ¿no crees? (Él hace el amago de contestar, pero ella le interrumpe). Sí, ya, si todos fuéramos diferentes acabaríamos siendo iguales, lo sé. Yo siempre he encontrado belleza en el silencio... ¿Qué? No me mires así, ¡sé lo que estás pensando! Pero déjame hablar, ¿vale? Siempre me han llamado la atención los susurros y los murmullos de fondo, los crujidos y el rumor del viento... los sonidos sin un motivo concreto. Aunque quizá haya un porqué detrás de cada sonido que escuchamos. Imagínate, ¡todas y cada una de las palabras dichas y por decir formando parte del guión de algún borracho! ¿Crees en el destino? (Niega). Yo tampoco, son cosas de abuelas. Seguro que pensabas que era una de esas niñas cursis a las que les encantan esas estupideces. Y bueno, no te digo que no haya soñado con ello alguna vez... Pero me resulta tan absurda la idea de que cada nota del canto de cada pájaro esté anotada en el pentagrama de un ser omnisciente... Simplemente, no me lo puedo creer.

- Y entonces, ¿en qué crees? (Le lleva el dedo índice a los labios. Silencio). 

- ¿Lo oyes? (Asiente). Es la música del mundo.

Nos conocíamos demasiado bien

Estaba sentada en la azotea de un piso de trece plantas, dándome la espalda. Sus piernas se balanceaban en el aire, cruzadas entre sí y formando innumerables curvas que se prolongaban conforme yo elevaba mi mirada y capturaba un centímetro más de su piel -creo que hasta ese momento no me había fijado en que podría haber tantas curvas seguidas en un mismo cuerpo-. El pelo azabache, lleno de enredos, apenas le llegaba a los hombros.
Yo me mantenía alejado, sin fuerzas para irrumpir en su mundo; quizá deslumbrado por él; lo más seguro que acobardado.

Me di cuenta de que era real cuando la vi moverse, colocando sus brazos hacía atrás y apoyando las palmas en el frío suelo. Y es que ella me resultaba tan intangible y su existencia tan absurda e improbable...
Parecía que estaba tomando el sol; un sol que no existía, ocultado por las densas nubes de febrero. Al rato giró la cabeza, permitiéndome observar su rostro por primera vez. Sus dientes rectos descansaban en su labio inferior, mordisqueado. El labio superior era una semicircunferencia casi perfecta, y digo casi porque su comisura derecha se arqueaba ligeramente hacia el lado, dándole un aire un tanto sarcástico. La nariz era finísima y de unos exactos cuarenta y cinco grados. Sus ojos inmensos del color de la absenta más impura miraban a cualquier lado. A cualquiera menos a mí. Se perdían más lejos de lo que nadie se ha perdido nunca, vagando en el más remoto de los mundos -y en el más deseado-. Me pregunté qué habrían visto esos ojos... Y como si fuéramos dos extraños que se conocen muy bien, supe que nada que mereciera la pena. Nada que la hiciera querer quedarse conmigo.
Entonces saltó.
A veces aparece en mis sueños. La veo balanceando sus piernas en el aire. Corro hacia ella desesperado y, cuando estoy apunto de agarrarla, salta antes de que llegue a rozarla.
Pero esta vez vuela, lejos, muy lejos. Porque no pertenece a este mundo.

Peace and serenity

I'd always been one of those people who are not afraid of death, who have no taboos about it. I'd thought about the ways I would and wouldn't like to die several times. But, when the date arrived, I didn't accept it with the peace and serenity I had expected to assume. I freaked out and burst into tears. I clung to life and sunk my teeth into it as the frightened cat I had hidden inside me until that moment. It's a shame that life has not lots of things to hold onto. It's a shame... It was only for a minute, don't blame yourself. But it only took a minute.
I'd never been a confident person, I wish I had learnt to regard myself better. However, I've changed my opinion about the world. I don't keep any bitterness in me anymore. It just gave me the scariest moment I've ever suffered. And then, just peace. And serenity.
When I look behind and I see myself stamping and unable to speak... Maybe, if I had recovered my voice, if I had shouted out... I remember I thought if I weren't to sink soon, I would drown with my own tears. I think they were the most beautiful tears I've ever spilt, they merged into the sea, both salty.
I'm glad it only took a minute. I'm glad you looked back. You held my hand at the end.
And then, just peace. And serenity.
And you.
Just you.


And suddenly, no end, but light.

Fin

Érase una vez un cuento que, cuando sus tapas se abrían, hacía enmudecer a todos los niños. Los grillos paraban de cantar y las luciérnagas brillaban con más intensidad de la que se creía posible. Todos se revolvían alrededor de la hoguera, inquietos. Sí, porque también había una hoguera. ¿Qué es un cuento sin una hoguera en la que perder la mirada? Entonces, cuando el único sonido que se escuchaba era el rumor del viento, el narrador se humedecía los labios y deslizaba sus dedos sobre la primera y única página. Sí, sólo había una página, y estaba vacía. Pero eso era lo que lo convertía en el mejor cuento que jamás habían escuchado. Un libro tan especial que sólo necesitaba una página en blanco para transportarte a otros mundos. Una aventura infinita.

IV

La veo. Está mirando al faro, ensimismada. Le ha crecido el pelo en estos últimos dos años, ahora le cae ondulado por la espalda. No me ve. Suspiro. Esta vez sí es ella. Parece serena y eso me calma. Me acerco y sé que ella siente mi presencia, pero sigue inmóvil. Mantengo esos centímetros que nos separan, como si fueran viejos amigos. Como si siempre hubieran sido sólo esos pocos centímetros. La pausa se aferra a mis huesos, supongo que quiere seguir viviendo unos minutos más... Las olas rompiendo contra la base del puente son lo único que nos salva del silencio. De que el mundo vuelva a girar.
Su mano empieza a buscar la mía, despacio, insegura... Y yo se la doy y tiro de ella. Se da la vuelta y sigo sin soltarla. Suspira.


- ¿Qué hay con esos ojos? - creo que su voz está a punto de quebrarse. Su voz...

Y suspiro. Porque mi mundo ha vuelto a girar.


La decimoquinta constelación más brillante del cielo nocturno

Y el dragón de escamas blancas rugió. Y su rugido traspasó valles, cascadas y montañas, sacudió el viento y zarandeó los sicomoros y los sauces, que dejaron de llorar. Su rugido alertó a los ciervos y a los conejos, a las libélulas y a las ranas. Atemorizó al mundo entero, a todos y cada uno de los seres que habitaban Virgo. A todos menos a Eli. A Eli no.
Y el dragón de escamas blancas abrió sus fauces y se abalanzó sobre ella. Pero Eli no se asustó. No Eli. Sino que alzó su pequeña mano intentando alcanzar su hocico e inspiró fuertemente antes de decir 
- Hola, Spica. - las orbes doradas del dragón de escamas blancas brillaron, curiosas. Pero no más curiosos que los ojos miel de Eli. Nunca más que los de Eli. - ¿Por qué no ruges otra vez, Spica? - y el dragón dejó de enseñar sus colmillos y descansó la cabeza sobre la húmeda hierba. 
Eli acercó delicadamente -pero con su usual determinación- aún más su pequeña mano, parándola en seco dos centímetros antes de lograr rozar sus escamas blancas. Spica parpadeó y volvió a mostrar sus afilados dientes, medio amenazantes. Fue entonces cuando Eli se aproximó veloz hacia ellos y los acarició, reflexiva. - ¿Sabes, Spica? He visto muchos mundos, más de lo que te podrías imaginar. Pero nunca había visto unos colmillos como estos. Son aún más blancos y afilados que tus escamas. - esta vez levantó su mano izquierda y rozó con las yemas de sus dedos las blancas escamas. Eli enseñó su sonrisa torcida y lobuna al dragón. Juraría por mi propia vida que esa sonrisa daba mil setecientas veces más miedo que la de Spica. Hasta juraría que el dragón sentía un poco de pavor, aunque mezclado con cierta curiosidad. Nada raro cuando se trataba de Eli. - ¡Eh, Pim! ¿Por qué no te acercas? ¡Spica es totalmente inofensivo! ¡Te lo prometo! - me dijo. El dragón de escamas blancas se giró hacia mí. No, no, no, me dije. Me escondí aún más, detrás del sauce gris y cerré los ojos. De pronto sentí un aliento cálido a mi alrededor. Maldición, Eli. Abrí el ojo izquierdo y juro por la Diosa que intenté con todas mis fuerzas no desmayarme. Eli me sonreía, subida al lomo de Spica. Maldición Eli, pensé.
Eso fue lo último que recuerdo antes de despertarme encima del maldito dragón, mientras volábamos hacia un nuevo mundo.