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the window sill

my house is pretty small
and the walls are paper-thin
i can hear my neighbour snore
the steps of the upstairs dog
and i’m sure they all know
it’s my mom who’s always yelling
my room makes a pretty cage
with windows flanked by bars
but it wasn't all like that
when i was little


i'm eight years old

i always sit on the window sill
and let my legs swing through the bars
it's way past my bed time
after looking at the cats

that lie down on the back garden
a lady feeds them every day
i don’t know her
but i love her
as much as i know love

i'm eight years old
and when my legs swing

if my house is small
or if my neighbour is too loud
are things i cannot think of
all i can see is my room

made of the green grass and daisies
the birds leaping branch to branch
the cats dozing in the shade
and i can hear my own voice
in the sound of people walking by
i feel the breeze in my hair
all the cats have a name
and i’m real

i don’t remember when my legs

no longer fitted
i don’t remember if i ever missed it once
i'm too old to live in my back garden
too old to fail to see

after they robbed my little house 
there’s twice as many bars
and my child’s legs won’t ever fit

wingless moths

if they met my eyes
entangled hands

quizzical glint
and asked
would you like to know?
lips
unable to part
i'd nod
i'd lay on my back
is there a sea on the ceiling?
and i'd leave after a while
as if a fast motion
could shatter me —glass—
i'd kiss goodbye the door
my brain has escaped my body
what lies ahead needs to be filled
with wingless moths
paint over dust
my honey limbs
will drop when you don't look
this is why
love
i could never let you taste
the nectar in my mouth
these bees sing me to slumber

Metamorfosis

Créeme, que te digo que yo lo he visto, que ha pasado, que a veces ocurre que la mariposa, cuando descubre lo que es volar, su voluntad de repente se marchita, encoge las alas, aterriza en la tierra, que nunca fue tan húmeda, hunde sus patitas en el barro, y siéndole imposible caminar, vuelve a rastras a su crisálida, se lamenta por lo que no volverá a sentir, se ahoga en su interior y apaga la luz.

Interrogación

Le aturde el silencio rotundo que sale de su boca
el impulso eléctrico del impertérrito
el torrente de ideas que mueren al nacer
el reflejo de las gotas vaporosas
el tacto dulce de temblores quietos
el falso candor de quien no tiene miedo
la sombra nocturna que despliegan las alas
el sinsentido de unas palabras que desaparecerán

Y...

Me sorprendo a mí misma dibujando la imagen de una libélula grisácea, casi transparente. La inexistencia de su brillo me acongoja. ¿Dónde se oculta su intensidad, su color? ¿Y por qué, a pesar de su candor, se congelan sus alas?
Me pregunto si es ella o es mi mano. Si es su palidez o mi opacidad. Si son los pigmentos de mis pinturas, que han olvidado el concepto de literatura, o si es el arte en sí, que evita, receloso, que sus alas se desdibujen en el papel y decoren el aire.

Y, sin embargo, me asusta la idea de que lo consiga, de que huya de este cuaderno y no mire atrás, y... 
...y no pare a reflejarse en mis ojos.

Un pozo que mira al Cielo

¿Por qué? 
si retenemos todo lo que nadie tuvo
si descubrimos arte donde nadie lo advierte
si inspiramos con fuerza y sin motivo

¿Por qué? 
si el vello no solo se eriza de frío
si dormimos hasta tarde cada tarde
si echamos de menos lo desconocido

¿Por qué? 
si nos duele no ver amanecer
si el alma se consuela en cualquier calle oscura
si el viento acentúa nuestras pisadas

¿Por qué? 
si nos vemos reflejados en pupilas
si sentimos la electricidad en las yemas de los dedos
si gritamos de auténtico éxtasis

Y si somos capaces de apreciar a los pájaros
de no temer a la finitud de la existencia
de aferrarnos a lo más inconcebible e insípido

Y si somos libres de sentir la sangre entre las uñas
de agarrar la piel de quien nos deslumbra
de caer con el corazón desgarrado al vacío

Y si somos expertos en maquillar el mundo
en pintar las tormentas de celeste
en imaginarnos por encima de esta bóveda

Y si somos ilusos por abrazar el pretérito
por buscar lo intrínseco en lo homogéneo
por fingir ser parte de un todo

¿Por qué?


Desde mi ventana

Al alzarse, la persiana se queja
y me deja contemplar
un jardín sin dueño
un rastro de amapolas
una rama solitaria
y pájaros que caen víctima de los gatos

algunos gatos duermen
algunos gatos trepan
algunos gatos beben
algunos gatos se estiran
y solo un gato me mira
con unos ojos verdes
que huelen jazmines
y arrancan las alas de los gorriones...

...pero desde mi ventana
mis ojos vuelan por ellos

Su vida

es la de un pájaro
en una caja gris
con un agujero
por el que ve el mundo

un pequeño pájaro
de horizontes gastados
y paraísos perdidos

soledad
junto a ventana cerrada

pobres ojos negros
que nunca sabrán
lo que es la brisa

desgarra que ni las palabras
sean bálsamo y consuelo

olvida
pequeño pájaro
y ancla tus alas
en el mundo de los sueños

El arte de mirar con amor

No era plenitud ni vacío,
era Ausencia.
Carencia de brillo y matices.
Falta de presencia.
Pero era. ¿Vida? No sé.
Su piel se aferraba al frío,
al dolor de no sentir dolor.
A la pérdida de fe.
Fotogramas sin color
componían sus escenas
y retazos sepias de deslices
que enfocaban a su esquela.
Cuando huía de pantalla,
vestida con rasgadas telas,
olvidaba que era Ausencia
de sentimientos y ganas
de dar a sus huesos calor
y alzar sus maltrechas alas.
Si eras de los pocos que conocen
el arte de mirar con amor,
sabrías que detrás del escenario
ella brillaba con más candor
que los astros en el cielo.

Paraísos artificiales

Nueve días sin ti, y no sabes cuánto te añoro, te anhelo. Nueve días sin ti, y ya siento como se me desgarra el alma. Sólo nueve días, y me siento más maldita que poeta, con más bazo y con menos corazón. Pero, ¡el encuentro! Es tocarte de nuevo y resurgen los cálidos pensamientos, el equilibrio, la tinta negra. Es formar parte de ti y olvidarme de las antinomias, de la ardiente frialdad de las costillas y del acero roto. Y es sentir la brisa que brota de las palabras, de la poesía, de la improvisación, y la angustia se diluye, se escapa por los poros de una piel más clara y suave, casi de porcelana.


Tú, paraíso artificial, evasión de mil hastíos. -París de gatos negros y bohemia.-

Porque sin ti no hay Faustos que vendan su alma al diablo por Margaritas, ni Julietas que emponzoñen su sangre por Romeos. No hay Venus y Adonis, ni bóvedas nocturnas que adorar, en las que se posan los albatros. Sin ti no me empaparía de obsesiones malditas que desembocaran en esgrima, en funesto destino. No se dispararían balas por amores condenados a morir desde las primeras ascuas.


Mi cuerpo, adicto a tu opio, seguirá siempre el camino del veneno.

Till There Was You

Solía inspirarse en su propia decadencia, en sus farfulleos, en el salitre impregnado en la piel. Solía buscar el amor a tientas y con los ojos cerrados, la complacencia y los susurros a la luz del día. Solía encontrarse con el viento sin quererlo, sin acordar ser arrastrado en su rumbo entre hojas de árboles caducos. Solía rozar las margaritas con los dedos, si las veía al pasar ausente por los jardines sin dueño. Solía subir las persianas al llegar a casa y quedarse extasiado al contemplar el añil de un cielo carente de nubes y pintado de pájaros que planean buscando la brisa y el silencio y rehuyendo la jaula. Pájaros sin nombre que los encadene al mundo y con alas que llegarán más lejos que cualquiera de nuestras quimeras.
Solía admirar lo poético de la soledad.

Entropía

La entropía se ha anclado a mi costado y ha ralentizado el tiempo, la Tierra, congelado las dudas que me atormentaban en las noches de luna nueva. No sé qué parte de mí habrá cambiado, pero ahora no me aterra encontrarme con mi reflejo, con mi imagen en el espejo. Encontrarme el alma si es que puedo, si es que debo. Busca entre los silencios y se hace hueco, se hace lugar, se hace literatura. Intenta llegar al centro. Me hace perder el sentido, mi horizonte, mi postura... Y pierdo las palabras, que se escapan sin despedidas, ni compasión fingida. Pierdo las alas, pierdo la calma, que ya ni es contenida por la brisa de tu vuelo. Me pierdo... Y gano en desgaste, en sonidos, en fugacidad. Me quedo sin tinta y no sé si hay garantía de sobrevivir a la verdad. Pero por primera vez no me quiebro, no desespero por la entropía, que me atrapa en sus enigmas, en lo que nunca sentí. En el descontrol que me hace rogar que el viento del exilio me lleve hasta ti.

La música del mundo

- No es que no me guste la música, ¿sabes? (Pausa). Anda, empújame un rato. (Él se levanta a regañadientes y empieza a mecer el columpio). No es que no me haya parado a escuchar todos tus discos de Oasis, porque sí lo he hecho, y lo sabes. Sólo que... no sé. Tal vez tú y yo no tengamos el mismo concepto de la música. Tal vez no haya nadie que entienda la música como lo haces tú o como lo hago yo. Sería bonito, ¿no crees? (Él hace el amago de contestar, pero ella le interrumpe). Sí, ya, si todos fuéramos diferentes acabaríamos siendo iguales, lo sé. Yo siempre he encontrado belleza en el silencio... ¿Qué? No me mires así, ¡sé lo que estás pensando! Pero déjame hablar, ¿vale? Siempre me han llamado la atención los susurros y los murmullos de fondo, los crujidos y el rumor del viento... los sonidos sin un motivo concreto. Aunque quizá haya un porqué detrás de cada sonido que escuchamos. Imagínate, ¡todas y cada una de las palabras dichas y por decir formando parte del guión de algún borracho! ¿Crees en el destino? (Niega). Yo tampoco, son cosas de abuelas. Seguro que pensabas que era una de esas niñas cursis a las que les encantan esas estupideces. Y bueno, no te digo que no haya soñado con ello alguna vez... Pero me resulta tan absurda la idea de que cada nota del canto de cada pájaro esté anotada en el pentagrama de un ser omnisciente... Simplemente, no me lo puedo creer.

- Y entonces, ¿en qué crees? (Le lleva el dedo índice a los labios. Silencio). 

- ¿Lo oyes? (Asiente). Es la música del mundo.

Cenizas

No intentes llenar el vacío con aire seco, amor. Sabes que no es tan fácil retenerlo en tu interior. Y menos con tus pequeñas manos,
que no consiguen atrapar las quimeras,
que no consiguen aprisionarme el alma.

No intentes suplir los suspiros con desesperadas bocanadas, amor. Sabes que no pueden engañar a tu garganta. Y menos con tus trémulos labios,
que no consiguen elevar sus comisuras,
que no consiguen torcerse en el llanto.

No intentes cambiar el cielo con tu vuelo, amor. Sabes que nunca reemplazarás a los pájaros. Y menos con tus apáticos brazos, 
que no consiguen desplegar sus alas,
que no consiguen conmover al viento.

Pero, por encima de todo, amor, no intentes creerte tus propias mentiras.
No eres mejor que las cenizas.

Nos conocíamos demasiado bien

Estaba sentada en la azotea de un piso de trece plantas, dándome la espalda. Sus piernas se balanceaban en el aire, cruzadas entre sí y formando innumerables curvas que se prolongaban conforme yo elevaba mi mirada y capturaba un centímetro más de su piel -creo que hasta ese momento no me había fijado en que podría haber tantas curvas seguidas en un mismo cuerpo-. El pelo azabache, lleno de enredos, apenas le llegaba a los hombros.
Yo me mantenía alejado, sin fuerzas para irrumpir en su mundo; quizá deslumbrado por él; lo más seguro que acobardado.

Me di cuenta de que era real cuando la vi moverse, colocando sus brazos hacía atrás y apoyando las palmas en el frío suelo. Y es que ella me resultaba tan intangible y su existencia tan absurda e improbable...
Parecía que estaba tomando el sol; un sol que no existía, ocultado por las densas nubes de febrero. Al rato giró la cabeza, permitiéndome observar su rostro por primera vez. Sus dientes rectos descansaban en su labio inferior, mordisqueado. El labio superior era una semicircunferencia casi perfecta, y digo casi porque su comisura derecha se arqueaba ligeramente hacia el lado, dándole un aire un tanto sarcástico. La nariz era finísima y de unos exactos cuarenta y cinco grados. Sus ojos inmensos del color de la absenta más impura miraban a cualquier lado. A cualquiera menos a mí. Se perdían más lejos de lo que nadie se ha perdido nunca, vagando en el más remoto de los mundos -y en el más deseado-. Me pregunté qué habrían visto esos ojos... Y como si fuéramos dos extraños que se conocen muy bien, supe que nada que mereciera la pena. Nada que la hiciera querer quedarse conmigo.
Entonces saltó.
A veces aparece en mis sueños. La veo balanceando sus piernas en el aire. Corro hacia ella desesperado y, cuando estoy apunto de agarrarla, salta antes de que llegue a rozarla.
Pero esta vez vuela, lejos, muy lejos. Porque no pertenece a este mundo.

Blackbird

El día (o más bien la noche) que sueñas con una persona por primera vez la densidad del viento cambia. Se siente aún más ligero, más liviano. Sólo notas como un soplo cálido te acaricia las mejillas.
Se podría decir que, a partir de ese sueño, algo pequeño (aunque no se puede medir con un metro) sube como un pájaro en pleno despegue (o aterriza en picado). Supongo que depende del pájaro y del tamaño de sus alas. O tal vez lo que importe sean sus ganas de volar. Quizá sea un águila que planee a centenares de metros sobre la tierra o un mirlo a ras de suelo que bata las pequeñas y oscuras alas despacio, muy despacio. 
Pero, ¿sabes qué? A pesar de su oscuridad y fragilidad, de la ligera brisa que causa su vuelo... el canto del mirlo es de los más bonitos del mundo.






Y a mí nunca me ha dado miedo ir despacio, muy despacio..