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Much sought and seldom found

there's this little secret
sometimes ain't little at all
there's this truth I hardly find
in the corners of your mouth

there's this crystal light
and it dies if being touched
there's this fear I won't grab
these rare flames with my hands

and there's a silent thought
it creeps along my spine

is there any chance
they don't slip through my fingers?

loeresloeresloeresloeresloeres

Siento que hay algo dentro de mí. Algo que es inquieto, impredecible. Algo que es mejor de lo que jamás tendré. Pero es imposible de alcanzar y si, por casualidad, siento que estoy a punto de rozarlo, la posibilidad de que sea intangible y pase a través de mis dedos me aterroriza y paraliza. Me deja inmóvil, incapaz de efectuar otro movimiento que no sea el propio temblor de mis manos. Y permanezco en este trance por más tiempo del que puedo imaginar. A veces dudo de si es un sueño o no. Y a pesar de ello, creo que es lo más intenso y real que he sentido nunca. Siempre que vuelvo en mí, mi labio inferior está marcado por mis dientes y la boca me sabe a sangre. Pero no siento dolor alguno, solo ganas de mirarme en el espejo mientras acaricio las grietas de mis labios con las yemas de los dedos. Me gusta mirarme en el espejo. Mirarme tanto tiempo que olvide la sensación de encontrarme con mi propio reflejo y me confunda con otra persona. Es entonces cuando puedo percibir mis facciones como si fueran las de un desconocido y juzgarlas honestamente. Así noto cosas de mí mismo que era incapaz de sentir antes, como el patrón que siguen las fibras del iris más cercanas a mi pupila o la forma en la que se arquea mi comisura al sonreír. Cuando me doy cuenta de lo genuino del momento, no puedo evitar que se erice mi piel. Y me siento tan extraño, tan lejano de mi cuerpo, que me aterra la idea de no poder volver a él nunca, de alejarme tanto que me sea imposible considerarlo parte de mí de nuevo. De quedarme perdido en el aire, como si fuera una hoja caduca que vuela sin rumbo hasta que aterriza en el suelo y es aplastada por las pisadas de un extraño que no percibe su vacío. En ocasiones me paro a pensar en lo triste que sería para un árbol no escuchar el sonido que producen sus ramas al ser sacudidas por el viento o el canto de los pájaros que descansan en su copa. Es muy triste que no sienta los ojos de quienes lo miran con nostalgia... Y mientras pienso en esto, un día ha pasado y otro, y otro más. Y sin embargo, realmente no ha sucedido nada. Nada ha cambiado a mi alrededor. El fuego sigue quemando y el agua todavía calma mi sed. Pero algo dentro de mí me hace sentir que cada pequeño detalle del mundo es totalmente diferente a como solía ser ayer. Jamás miraré algo con los mismos ojos con los que lo estoy mirando ahora. Y todo sucede tan lento, y a la vez tan deprisa, que me entra vértigo de pensar en cuál de las dos opciones es correcta. En cuál es mejor elección. Y la sola idea de que tenga que renunciar a una sola de ellas me paraliza. El tiempo es algo que siempre me ha obsesionado. A veces me odio a mí mismo por ser incapaz de prestar atención a lo más cercano a mí, a lo más obvio de percibir, como desconocer si la persona que tengo enfrente está sonriendo o llorando de impotencia, y no obstante me pierda a mí mismo entre el olor del césped recién cortado cuando llueve o en el tacto de mis labios agrietados. Y me da miedo que se crean que me son indiferentes, que sus palabras no me resultan fascinantes. Te juro que lo son. Te juro que lo eres.

Cascadas de mirar

Eran nubes de fuego, mares de espuma, tormentas de estrellas, incendios de plata y cielos de luz. 

Eran jazmines violetas, puertos oscuros, arena húmeda y brumas
 vacías.

Eran violencia pura, despertar quieto y sueño olvidado.

Eran súplicas sin voz y melodías sin final.

Eran cascadas de mirar.

Eran.

Lágrimas de plata

Gotas de agua caen del cielo
y bañan las nubes de resquicios de plata.
Gotas de agua calman mi sed
y apaciguan el miedo
que no me atrevo a sentir.
La negrura engulle su brillo
y cae otra gota de plata.
La luz acaricia la piel
y la soledad se ahoga de vacío.
¿Por qué jamás va a tocarme
esa gota de agua?
¿Por qué jamás voy a arder
entre las ascuas del fuego?
«No te estremezcas» grito
ante esta anáfora que
jamás helará mi sangre:
llegamos y desaparecemos en silencio.
A oscuras.

«El corazón que ríe»

Pocas veces nos llamamos
por nuestro nombre
«No lo desgastes con tu boca
No te acostumbres al sonido»
¿O te da miedo morir
y besar al olvido?

Pocas veces nos miramos
a los ojos bajo la luz pálida
«No los dejes brillar
No te deslumbren el alma»
¿O te asusta que existan
miradas que ardan?

Pocas veces nos abrimos
de par en par con pureza
«No lo quiebres corazón
No te deshagas del frío»
¿O te aterra que alguien
colme de amor tus vacíos?

Y no pocas veces juzgamos
de ficticio lo innato
de fuego la lividez
de ensueño lo opaco
¿No te ahogas de pecar
de vulgaridad?

Los que callan
Los que niegan
Los que cierran
Los que adocenan
Dejad de temer a los versos
Dejad de temblar si me salto

una estrofa

o dos

Pobre niña

las cenizas siguen
adornando el hueco de mi pecho
cenizas de hogueras consumidas
hace casi mil otoños
y cuando evoco el recuerdo
sólo me vienen retazos de ti
de mí
del viento
y del fuego que ardía dentro
¿a dónde huyó la llama?
¿quién extinguió la luz?
tal vez fue esa brisa
de la que tanto nos aferramos
pobre niña
pobre ilusa
mereció la pena
sentirla en el alma

Mariposas

Parece que esos insignificantes detalles que volvían al mundo palpitante se deshacen con más violencia que las cenizas... Y es que ninguno de estos errantes que se hacen llamar seres llorarán por esta causa, que las antípodas quedan ya muy lejanas y que todo sigue su insípido curso. Si es necesario, que nos honre con su último suspiro, agonice y nos deje en los escombros más marchitos. Y en el caso de que estos cadáveres se dignen a transformarse, siempre lo harán a peor, siempre en polvo. Con cada amanecer la náusea que trepa por la garganta asciende un tramo más, los rostros que deberíamos olvidar se graban a fuego lento, y lo que tendría que cambiar permanece en una monotonía estática e impasible que oprime las arterias. Y no sé si soy yo o es el mundo. Si es el hastío que lo habita o las piedras las que cohíben. Sólo sé que hay algo que desentona, una melodía demasiado aguda que sobresale en esta oda. Así el silencio se gana el afecto...
Y que los cadáveres cesen de corromperse. De corrompernos. Sólo eso. Y más, más, más. Porque si hay algo que no basta es la vida y esto no es ni vida. Y si cada hueso de cada víctima culpable de su propio tedio sigue intacto, que alguien me diga dónde no se esconde la esquizofrenia. Y si dementes continuamos robándonos el aire unos a otros, ¿q
ué nos diferencia de la muerte? ¿Cuándo empezamos a quitarnos la vida que ni es vida?
Es impura coincidencia que el cielo, menos admirado que nunca, haya aumentado en negrura. ¿Y si esta danza macabra sigue con su recorrido infinito? ¿La esperanza conoció alguna vez tal desesperación?
Pero... dejémonos de quimeras, ningún poema va a transformar los cadáveres en mariposas.

Fuego

Algunas miradas tuyas queman más que el fuego.

Me dan ese calor que adormece,

que te remata si te has creído muerto,

que te desata el autocontrol.


Algunas miradas tuyas no deberían mirarse.

No si te importa tu cordura,

si no quieres olvidarte

de lo que era ser mirado.


Peligro de incendio

El hombre ha inventado diferentes tipos de cortafuegos: forestales, arquitectónicos e incluso informáticos. Y sin embargo, es curioso que no haya creado ninguno para salvarse a sí mismo.
Aquel que tenga dos dedos de frente (que me perdonen el símil los frontudos), habrá deducido- si es que anteriormente lo desconocía- el significado de cortafuegos. Pero como nunca se sabe, yo lo explico para los más Paquirrines vagos mentalmente. Resumiendo: un cortafuegos es un impedimento del paso del fuego (en el caso del informático, del paso de virus al ordenador).
Lo que también me inquieta es el motivo de no haber inventado este cortafuegos personal, si es a causa del desinterés o de la dificultad para llevarlo a cabo.
La verdad es que necesitamos uno a toda costa. Un cortafuegos que te avise en la esquina inferior derecha de tu mente sobre la posibilidad de encontrarte con una decepción. Y luego tú decides si aceptas, niegas o pospones la advertencia otra hora más.
Aunque si quizá algún día se llega a inventar, no podríamos saber si dará lugar a algo peor que convertirse en cenizas.
Y sí, me refiero a Justin Bieber.