Inocencia

Le aterraba desvestirse de su inocencia,
dejar explorar sus curvas cerradas,
y la penumbra sobre la piel.

Sus ojos abiertos no lograban ver
que eran otros los miedos que debían
arrancar de su alma las lágrimas.

Como el temor de no volver 
a fundirse en abrazos,
a susurrar en la noche,
a vaciar sus adentros.

Como el candor de creer
en la inmunidad de sus huesos,
en la coraza de su corazón,
en lo genuino de sus palabras.

Y cuando sangró la conciencia
por sus dulces engaños,
no quedó nada sobre su cuerpo.
Ni siquiera el miedo.

Lágrimas de plata

Gotas de agua caen del cielo
y bañan las nubes de resquicios de plata.
Gotas de agua calman mi sed
y apaciguan el miedo
que no me atrevo a sentir.
La negrura engulle su brillo
y cae otra gota de plata.
La luz acaricia la piel
y la soledad se ahoga de vacío.
¿Por qué jamás va a tocarme
esa gota de agua?
¿Por qué jamás voy a arder
entre las ascuas del fuego?
«No te estremezcas» grito
ante esta anáfora que
jamás helará mi sangre:
llegamos y desaparecemos en silencio.
A oscuras.