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Un pozo que a veces mira al cielo

Muchas veces, los fines de semana, al despertar, me quedaba quieta en la cama durante unas horas. Empezaba a jugar con la vista, a enfocar y desenfocar las imágenes que se encontraban delante de mí. Miraba las paredes imaginando formas, figuras en el gotelé. Mi actividad favorita era cerrar los ojos, frotármelos, y empezar a descomponer los colores borrosos que aparecían al mirar fijamente una luz. Más tarde aprendí que se llamaban fosfenos, pero en esos momentos eran un misterio para mí, algo nuevo que flotaba en mi mente. Y me fascinaba descubrir que cuanto más te concentrases en los colores, en las formas, más precisos se volvían, más moldeables. Los podías definir, volverlos imágenes casi nítidas, casi verdaderas. Y tal vez fuese eso lo que más me atraía, que fuesen inacabadas, nublas. Imperfectas.

Fue entonces cuando empecé a sentir algo nuevo. Algo que ni siquiera podía entender del todo. Un agujero en el pecho, que latía débilmente. Un agujero que siempre había estado ahí, pero era tan tímido que nunca se había atrevido a silenciar mis otros pensamientos, a interrumpir otras sensaciones y abrirse paso. Sutil y paciente, solo quería hacerme notar su presencia, decirme que un día podía llegar a llenarse.
Quizá el día que sintiese que podría abrirme a alguien y hablar de tabúes sin cuándos, dóndes y de mil maneras. Hablar de los colores que vemos al cerrar los ojos, de los agujeros que van surgiendo poco a poco para llenarse en un futuro.

Aunque lo que no sabía, la noche que intenté llenarlos por primera vez, es que con la misma facilidad que te completan, te vacían sin dudarlo tan siquiera un segundo. Se duplican y a veces te hacen sentir que no hay espacio para nada más. Y solo eres una serie de agujeros por los que no puede ni pasar el aire. 

Y cuando eso ocurre, cierro los ojos. Y respiro. Intento llenarme de esos colores.

Un pozo que mira al Cielo

¿Por qué? 
si retenemos todo lo que nadie tuvo
si descubrimos arte donde nadie lo advierte
si inspiramos con fuerza y sin motivo

¿Por qué? 
si el vello no solo se eriza de frío
si dormimos hasta tarde cada tarde
si echamos de menos lo desconocido

¿Por qué? 
si nos duele no ver amanecer
si el alma se consuela en cualquier calle oscura
si el viento acentúa nuestras pisadas

¿Por qué? 
si nos vemos reflejados en pupilas
si sentimos la electricidad en las yemas de los dedos
si gritamos de auténtico éxtasis

Y si somos capaces de apreciar a los pájaros
de no temer a la finitud de la existencia
de aferrarnos a lo más inconcebible e insípido

Y si somos libres de sentir la sangre entre las uñas
de agarrar la piel de quien nos deslumbra
de caer con el corazón desgarrado al vacío

Y si somos expertos en maquillar el mundo
en pintar las tormentas de celeste
en imaginarnos por encima de esta bóveda

Y si somos ilusos por abrazar el pretérito
por buscar lo intrínseco en lo homogéneo
por fingir ser parte de un todo

¿Por qué?


La flor de tu piel

Se despertó sobresaltada, acongojada de repente por la crueldad que bailaba en sus pesadillas. En sus sueños, una lágrima salpicaba una pupila sin brillo, marchita en unos ojos ciegos. Nacían estrellas opacas, atadas a un cielo mortecino. La agarraban manos sin pulso, prisioneras de carne fría y azul. Y la oscuridad no tenía límites; engullía las últimas palabras, los primeros besos, las lunas llenas, los cometas de agosto, las crisálidas y los ríos cristalinos.

Y su corazón, impasible.

Cascadas de mirar

Eran nubes de fuego, mares de espuma, tormentas de estrellas, incendios de plata y cielos de luz. 

Eran jazmines violetas, puertos oscuros, arena húmeda y brumas
 vacías.

Eran violencia pura, despertar quieto y sueño olvidado.

Eran súplicas sin voz y melodías sin final.

Eran cascadas de mirar.

Eran.

Lágrimas de plata

Gotas de agua caen del cielo
y bañan las nubes de resquicios de plata.
Gotas de agua calman mi sed
y apaciguan el miedo
que no me atrevo a sentir.
La negrura engulle su brillo
y cae otra gota de plata.
La luz acaricia la piel
y la soledad se ahoga de vacío.
¿Por qué jamás va a tocarme
esa gota de agua?
¿Por qué jamás voy a arder
entre las ascuas del fuego?
«No te estremezcas» grito
ante esta anáfora que
jamás helará mi sangre:
llegamos y desaparecemos en silencio.
A oscuras.

Bóveda nocturna

las sombras sepultaron tu voluntad
se entremezclaron con el aire
que atravesaba tus pupilas vacías
y una voz queda maúlla
y una luna ya no brilla

quedan dos en tu bóveda nocturna
su órbita se estremece
su negrura adolece
y no encuentras ninguna cura

sale el sol y se iluminan
las promesas de unas sombras
que no pueden hablar
y te crees a salvo
y te ves temblando
sujeto de delirios
que no puedes ignorar 
Iluso.
La noche no es su único escenario.

El arte de mirar con amor

No era plenitud ni vacío,
era Ausencia.
Carencia de brillo y matices.
Falta de presencia.
Pero era. ¿Vida? No sé.
Su piel se aferraba al frío,
al dolor de no sentir dolor.
A la pérdida de fe.
Fotogramas sin color
componían sus escenas
y retazos sepias de deslices
que enfocaban a su esquela.
Cuando huía de pantalla,
vestida con rasgadas telas,
olvidaba que era Ausencia
de sentimientos y ganas
de dar a sus huesos calor
y alzar sus maltrechas alas.
Si eras de los pocos que conocen
el arte de mirar con amor,
sabrías que detrás del escenario
ella brillaba con más candor
que los astros en el cielo.

El escritor se repite

El escritor se repite
se ahoga en sus propias metáforas
trasgrede el silencio
con una música que nadie entiende
ni siquiera él

El escritor se reinventa
renace con cada amanecer
se pierde en rabos de nubes
en verdes pigmentos y
en hojas caducas

El escritor muere
su olor se desvanece 
sus versos se olvidan
pero el motivo de su música
nunca morirá

Después del escritor
las nubes seguirán en el cielo
la brisa correrá
las hojas caerán de los árboles

El escritor se repite
se ahoga en sus propias metáforas
trasgrede el silencio
con una música que nadie entiende
ni siquiera tú

Más luz

Dime qué se oculta entre la niebla y la nitidez. Qué hay detrás de las superficies. Qué hay dentro de lo compacto. Dime si puedes ver a través de los cuerpos opacos, de la inmensa oscuridad. Si brillan unos ojos cerrados o a qué huelen las flores marchitas. Enséñame el sabor de la nada y el llanto del frío, el susurro del silencio y la brisa de la calma. Rózame con palabras que no salgan de tu boca, envuélveme con una lluvia que no moje la piel escarchada. Hiéreme con inocuas caricias, con miradas apagadas con más luz que los astros. Dime qué falta cuando lo tienes todo, qué sobra del vacío. Si hay relámpagos sin destellos o seísmos quietos, hogueras sin cenizas o tierra intangible. A qué aúllan los lobos en luna nueva, por qué la vida mata y la muerte vive.
Dime si sientes lo que hay en mi pecho.

Till There Was You

Solía inspirarse en su propia decadencia, en sus farfulleos, en el salitre impregnado en la piel. Solía buscar el amor a tientas y con los ojos cerrados, la complacencia y los susurros a la luz del día. Solía encontrarse con el viento sin quererlo, sin acordar ser arrastrado en su rumbo entre hojas de árboles caducos. Solía rozar las margaritas con los dedos, si las veía al pasar ausente por los jardines sin dueño. Solía subir las persianas al llegar a casa y quedarse extasiado al contemplar el añil de un cielo carente de nubes y pintado de pájaros que planean buscando la brisa y el silencio y rehuyendo la jaula. Pájaros sin nombre que los encadene al mundo y con alas que llegarán más lejos que cualquiera de nuestras quimeras.
Solía admirar lo poético de la soledad.

Brisa

Luna menguante
o creciente
qué importa
ahora
qué importa
la oscuridad
o la luz
qué importa
si el mundo
amanece
o nos traga
si nos subyuga
en su brisa
o en su calidez
qué importa
el horror
o el vacío
cuando miramos
el parpadeo
de estrellas
de planetas
o de labios.

Septiembre

Si las rosas se marchitaran
si la lluvia aullara con fuerza
nuestro jardín
no sería el nuestro

Si los cometas no brillaran
si los agujeros se abrieran
no tendríais lugar
en el universo

No encontraría sentido
en las galaxias
ni en las anáforas
de mis versos

No encontraría consuelo
en las espinas
ni en la brisa
de lo eterno

Si no hubiera nacido vuestra risa
qué sería de esta estrofa
qué sería de la libertad
qué sería del amor

Si conociéramos otra música
a dónde irían las promesas
a dónde irían nuestros bailes
a dónde irían los recuerdos

Y si no existiera la luna
cómo coincidir en esta vida
cómo iluminar lo aciago
cómo distinguir vuestros ojos

Y si mi compañía será otra
qué hacer con las promesas
con la risa
con la galaxia
con la luna
con la música
con el amor
y con el tiempo que me queda 
sin vosotros.

Cenizas

No intentes llenar el vacío con aire seco, amor. Sabes que no es tan fácil retenerlo en tu interior. Y menos con tus pequeñas manos,
que no consiguen atrapar las quimeras,
que no consiguen aprisionarme el alma.

No intentes suplir los suspiros con desesperadas bocanadas, amor. Sabes que no pueden engañar a tu garganta. Y menos con tus trémulos labios,
que no consiguen elevar sus comisuras,
que no consiguen torcerse en el llanto.

No intentes cambiar el cielo con tu vuelo, amor. Sabes que nunca reemplazarás a los pájaros. Y menos con tus apáticos brazos, 
que no consiguen desplegar sus alas,
que no consiguen conmover al viento.

Pero, por encima de todo, amor, no intentes creerte tus propias mentiras.
No eres mejor que las cenizas.

Pobre niña

las cenizas siguen
adornando el hueco de mi pecho
cenizas de hogueras consumidas
hace casi mil otoños
y cuando evoco el recuerdo
sólo me vienen retazos de ti
de mí
del viento
y del fuego que ardía dentro
¿a dónde huyó la llama?
¿quién extinguió la luz?
tal vez fue esa brisa
de la que tanto nos aferramos
pobre niña
pobre ilusa
mereció la pena
sentirla en el alma

Mariposas

Parece que esos insignificantes detalles que volvían al mundo palpitante se deshacen con más violencia que las cenizas... Y es que ninguno de estos errantes que se hacen llamar seres llorarán por esta causa, que las antípodas quedan ya muy lejanas y que todo sigue su insípido curso. Si es necesario, que nos honre con su último suspiro, agonice y nos deje en los escombros más marchitos. Y en el caso de que estos cadáveres se dignen a transformarse, siempre lo harán a peor, siempre en polvo. Con cada amanecer la náusea que trepa por la garganta asciende un tramo más, los rostros que deberíamos olvidar se graban a fuego lento, y lo que tendría que cambiar permanece en una monotonía estática e impasible que oprime las arterias. Y no sé si soy yo o es el mundo. Si es el hastío que lo habita o las piedras las que cohíben. Sólo sé que hay algo que desentona, una melodía demasiado aguda que sobresale en esta oda. Así el silencio se gana el afecto...
Y que los cadáveres cesen de corromperse. De corrompernos. Sólo eso. Y más, más, más. Porque si hay algo que no basta es la vida y esto no es ni vida. Y si cada hueso de cada víctima culpable de su propio tedio sigue intacto, que alguien me diga dónde no se esconde la esquizofrenia. Y si dementes continuamos robándonos el aire unos a otros, ¿q
ué nos diferencia de la muerte? ¿Cuándo empezamos a quitarnos la vida que ni es vida?
Es impura coincidencia que el cielo, menos admirado que nunca, haya aumentado en negrura. ¿Y si esta danza macabra sigue con su recorrido infinito? ¿La esperanza conoció alguna vez tal desesperación?
Pero... dejémonos de quimeras, ningún poema va a transformar los cadáveres en mariposas.

A años luz del amor

Cuando miras al cielo ves el pasado. Es algo que siempre he admirado de las estrellas, incluso apagadas son capaces de conmovernos con su luz. El universo tiene un significado aún mayor del que podremos comprender jamás, y ese... ese es el secreto más grande que nunca podremos gritarnos al oído.

From a distance

Siempre me ha parecido tan intangible... Como si su mente se escondiera en mil y un mundos diferentes.
Creo que lo peor es saber que no llegaste ni tan siquiera a rozar uno de ellos. Que no llegas. Que no llegarás.
Que nunca cruzarás esa frontera. 
Que al final os diréis adiós.
Y es que está tan cerca y a la vez tan lejos. Y es que casi le puedo tocar. Casi.
Pero es piel y huesos de otro universo.
Y sabes que al final os diréis adiós.

La decimoquinta constelación más brillante del cielo nocturno

Y el dragón de escamas blancas rugió. Y su rugido traspasó valles, cascadas y montañas, sacudió el viento y zarandeó los sicomoros y los sauces, que dejaron de llorar. Su rugido alertó a los ciervos y a los conejos, a las libélulas y a las ranas. Atemorizó al mundo entero, a todos y cada uno de los seres que habitaban Virgo. A todos menos a Eli. A Eli no.
Y el dragón de escamas blancas abrió sus fauces y se abalanzó sobre ella. Pero Eli no se asustó. No Eli. Sino que alzó su pequeña mano intentando alcanzar su hocico e inspiró fuertemente antes de decir 
- Hola, Spica. - las orbes doradas del dragón de escamas blancas brillaron, curiosas. Pero no más curiosos que los ojos miel de Eli. Nunca más que los de Eli. - ¿Por qué no ruges otra vez, Spica? - y el dragón dejó de enseñar sus colmillos y descansó la cabeza sobre la húmeda hierba. 
Eli acercó delicadamente -pero con su usual determinación- aún más su pequeña mano, parándola en seco dos centímetros antes de lograr rozar sus escamas blancas. Spica parpadeó y volvió a mostrar sus afilados dientes, medio amenazantes. Fue entonces cuando Eli se aproximó veloz hacia ellos y los acarició, reflexiva. - ¿Sabes, Spica? He visto muchos mundos, más de lo que te podrías imaginar. Pero nunca había visto unos colmillos como estos. Son aún más blancos y afilados que tus escamas. - esta vez levantó su mano izquierda y rozó con las yemas de sus dedos las blancas escamas. Eli enseñó su sonrisa torcida y lobuna al dragón. Juraría por mi propia vida que esa sonrisa daba mil setecientas veces más miedo que la de Spica. Hasta juraría que el dragón sentía un poco de pavor, aunque mezclado con cierta curiosidad. Nada raro cuando se trataba de Eli. - ¡Eh, Pim! ¿Por qué no te acercas? ¡Spica es totalmente inofensivo! ¡Te lo prometo! - me dijo. El dragón de escamas blancas se giró hacia mí. No, no, no, me dije. Me escondí aún más, detrás del sauce gris y cerré los ojos. De pronto sentí un aliento cálido a mi alrededor. Maldición, Eli. Abrí el ojo izquierdo y juro por la Diosa que intenté con todas mis fuerzas no desmayarme. Eli me sonreía, subida al lomo de Spica. Maldición Eli, pensé.
Eso fue lo último que recuerdo antes de despertarme encima del maldito dragón, mientras volábamos hacia un nuevo mundo.