En ocasiones se olvida lo importante que son los años, las pisadas; gateos o zancadas según el momento. Vamos a descompás. Así dejamos más huella y caminamos haciendo estruendo, para ver si siguen nuestro paso. Nos adelantamos sin tener hora de destino. Y llegamos, aunque sea descalzos, subrayando nuestra existencia con algún rotulador indeleble.
El mundo es más de los impacientes de lo que ha sido nunca (siempre he pensado que los impacientes no tienen límites a los que atenerse).
Y luego, seguimos destacando, pero de forma diferente a la que solíamos hacerlo. Arrastramos los zapatos de piel de cocodrilo, como lo hacen los lagartos. Siseamos. Y nuestras pisadas se ralentizan y se hacen sosegadas.
Como si así engañáramos a alguien, cuando seguimos siendo aún menos pacientes de lo que presumíamos ser antes.
¿No te has sentido alguna vez un poco adelantado? Como si fueras a más de 120km/h en autovía. Si te das cuenta, date la vuelta. Creo que -quizá no siempre, pero la mayoría de las veces- es mejor andar en compañía, a compás.
Aunque para ello tengas que cambiar tu ritmo.
Y si nos demoramos en el camino más tiempo tenemos para dejar huella, sea por la razón que sea. Así, si te pierdes siempre sabrás volver a tus pisadas.
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