El señor de la corbata amarilla mira desde su balcón -dúplex del centro, sexto piso- un punto en concreto de las calles de Hamburgo. Lo mira y resopla. Saca un habano del bolsillo derecho de su camisa amarilla Nápoles de puntos amarillos de tres tonalidades: amarillo ocre, amarillo indio y amarillo cromo. Enciende el puro con dificultad; hace viento. Y frío. Mientras da caladas a su puro - nota mental: mañana bajará al estanco- piensa en la noche del decimotercer día del pasado julio. Un mensaje a su mujer de que llegará tarde. Sudor, mucho sudor. Horas extras en el bufete, trabajando. Katja, su secretaria. Una sonrisa lobuna se dibuja en su cara. Harold, todavía no estás acabado, piensa. Su monólogo interno es interrumpido por la risa de dos adolescentes acaramelados que se despiden en la esquina. Los niños de ahora parecen todos unos perroflautas. El chico le da su chaqueta gris a ella. ¡No es necesario! dice, pero piensa lo contrario; era absolutamente imprescindible para la chica de cabello rojizo. Un grito. Su mujer: ¿Qué haces, Harold? Él: ¡Un segundo, querida! Aunque querida no es precisamente el adjetivo que le grita su mente. Sigue mirando a la pareja, que termina de coquetear con un insípido beso. En el apartamento de enfrente un gato Bengala de rayas grises y pardas intenta subir a lo alto del tercer balcón. Harold le ladra. El gato le mira desconcertado y al rato vuelve a lo suyo. Yo tampoco me tomaría en serio si fuera tú, la verdad. Otro grito. ¡Joder, puta pesada! Pero el grito no es de su mujer, se da cuenta cuando oye el segundo. Es la pelirroja de antes. Dos sombras que le sacan más de una cabeza la agarran. El de dos centímetros menos le tapa la boca. No se escucha un tercer grito. Harold imagina que arroja el habano a la calle, se pone sus pantuflas de Homer Simpson, agarra el bate de béisbol de su hijo -ya graduado en una universidad privada- y sale disparado por las escaleras. Reuma, perdóname, pero es urgente. Llega a la puerta semidescalzo, no ve a nadie. Se dirige al callejón: ahí están los muy cabrones. La chica se vuelve hacia él, con lágrimas en los ojos. ¡LARGAOS DE AQUÍ, CAPULLOS, SI NO QUERÉIS QUE LLAME A LA POLICÍA! Las sombras sueltan a la pelirroja y huyen, más veloces que en la mejor escena persecutoria del cine. La pelirroja se abrocha la chaqueta de su novio y se derrumba. Ya ha pasado todo, murmura él.
La imagen épica en su mente es interrumpida por el grito de su mujer: ¿¡¡Harold!!? El señor de la corbata amarilla pestañea, aturdido. Mira a la calle. Hay una chaqueta gris en el suelo, nada más. ¡Ya voy! Apaga el habano en el cenicero, sale del balcón, cierra con llave y se acuesta junto a su mujer.
- Buenas noches, Harold.
- Buenas noches, querida.
2 comentarios:
Pu que la deha morir? :'( No se vio b(v)ello.
¿Y se le vio el vello?
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