Se despertó sobresaltada, acongojada de repente por la crueldad que bailaba en sus pesadillas. En sus sueños, una lágrima salpicaba una pupila sin brillo, marchita en unos ojos ciegos. Nacían estrellas opacas, atadas a un cielo mortecino. La agarraban manos sin pulso, prisioneras de carne fría y azul. Y la oscuridad no tenía límites; engullía las últimas palabras, los primeros besos, las lunas llenas, los cometas de agosto, las crisálidas y los ríos cristalinos.
Y su corazón, impasible.
Y su corazón, impasible.
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