Primero aparece una imagen. Y luego otra. Pero ninguna esconde los mismos pensamientos, ninguna revela todo lo que siento. Es como si todas ellas supieran a quién van a desvelar sus secretos. Como si todas supieran que no merece la pena añadir todos los matices si no soy capaz de verlos. Y no puedo siquiera reinterpretarme cuando la vista me engaña, si el lenguaje inventa palabras que no entiendo.
Sé que debo evitar el consuelo de fundir las imágenes en un torrente de escenas, de intentar olvidar que estoy olvidando, de inundar letras con risas enlatadas. Al fin y al cabo, la mentira se esfuma al día siguiente, cuando como siempre me susurras la verdad. Y es que eres el único que se atreve a ser sincero. El único que, con tu aliento, me describe las formas que difuminé a conciencia, atrapa los engaños que endoso al futuro. Solo tú traduces las palabras que yo misma había cifrado: no puedo perdonarme por perdonarte, lo siento.
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