Too much time spent on closing doors

I say this sadly but I'm not sad.
I say this with the brightest smile I've ever faked.

I say this gladly but I'm not glad.
I say this with the cloudiest tears I've ever held.

I don't expect anything.
I expect everything.

La voz

De la realidad ajena, en el vacío,
Veo, sin quererlo, una luz yerma
Y, cegada por su brillo,
Escondo mi figura incierta.

Y tras esa manta helada, finjo dormir,
Con la mirada apagada y los labios entreabiertos;
Y sonrío en el sueño y en la verdad me enciendo,
Y susurro canciones que las mantas silencian;
Y los sonidos, a veces, se van tras el viento,
Y por seguir su recorrido la salida se sella.
Pero el recuerdo palpita, y de la noche discierno:

«Llegan más lejos las palabras de los que saben cuándo cerrar los ojos».

Ambigüedad

¿Sabes? Lo que más me gusta de escribir es que el contenido sea muy ambiguo, que siempre deje sus puertas entreabiertas. Y cada persona que lo lea, descifre un mensaje diferente, un mensaje que le sea más conveniente, que más se acerque a su forma de pensar, o simplemente, que más le conmueva.
Y por eso, pensarás que solo yo conozco sus verdaderas intenciones y que las guardo como un tesoro, como mi bien más preciado.
Pero te equivocas. Ni yo misma lo sé. Es un secreto tan grande que me lo guardo a mí misma. Es algo que viene tan de dentro, que es completamente indescifrable.
O quizá no, quizá lo comprenda mejor que nadie. Quizá cada palabra baila con el matiz que yo le pincelo.
Tal vez, precisamente, esto es lo que siempre pretendía. Esto es un simple juego.

¿Lo entiendes ahora?

Y entonces, ¿cómo puedo encontrarme?

No creo que sea algo tan frío, tan calculador. No creo que sea algo que debas medir o pesar. Creo que es algo que simplemente fluye, que se desliza, que irrumpe. Creo que nunca está quieto, que siempre circula a tu alrededor esperando a que lo agarres, a que lo descubras escondido entre tu pelo, bajo tu ropa o detrás de tus orejas. Y cuando lo atrapas, lo sabes, y el pecho, de algún modo que desconozco, se agranda. Y todas las cosas que había dentro se encogen, dejan hueco a lo que está por llegar. Porque es tan grande que no se puede medir, es tan cálido que todo lo que tenías pensado decirle no lo describe en absoluto y te acomplejas por tu torpeza.

Y cuando busca aún más espacio y sientes cómo se adentra en tus pulmones, en tu esófago y en cada pequeña parte de tu cuerpo, es tan imponente que todas las palabras se vuelven inaudibles, indescifrables.

Y entonces, desaparece.

Y entonces, desapareces.

Nada más

Parecía que mi corazón me iba a salir despedido por la boca. Estábamos tan cerca que podía sentir como se erizaba su piel. Y aunque evitaba por todos los medios reconocerlo, me gustaba esa proximidad. Sentir cómo la presión del momento le hacía temblar cada hueso de su cuerpo, cómo el contacto de nuestros dedos me hacía sentir frío, mucho frío, pero a su vez una reconfortante calidez que me traspasaba el esófago.
Yo siempre había sido un poco lenta, o tal vez eran los demás, que eran demasiado rápidos. No estoy segura. Sólo sé que una parte de mí sentía vértigo de pensar en lo que estaba a punto de ocurrir. O quizá era auténtico pánico, no lo sé.
Recuerdo que era de noche y quiso acompañarme. Y eso que nunca había sido, precisamente, un caballero. La verdad es que ni siquiera se esperó a llevarme a casa.
- ¿Quién empieza? - preguntó, dando a entender lo que ya iba a suceder.
- No lo sé. Me da vergüenza. - dije en un susurro.
Cerré los ojos, y tras una oscura espera que creí eterna, sentí unos labios sobre mí. También noté humedad y torpeza. Nada más. De repente, la calidez en mi vientre desapareció. Y me entraron ganas de palpar mi abdomen, de preguntarle por ella...
Entonces comprendí que nunca había querido estar allí, que yo la había obligado, por miedo a ser demasiado lenta. Por temor a no vivir esa experiencia.
Al llegar a mi puerta, nos despedimos y, antes de entrar, me quité los restos de su saliva con la mano.
Y nada más.

Aire

Tal vez tenga mil sentimientos nuevos en mi interior. Pero todos tienen el mismo color y no sé distinguirlos unos de otros. Todos se mueven de la misma forma y van al mismo sitio. Todos huelen como la humedad del aire. Tienen el tacto de algo que se desliza por tus dedos y se precipita al vacío.
Y tengo la sensación de que van a desaparecer en cualquier momento, que cuando abra los ojos no podré verlos. Que nunca sabré qué quieren decirme.

Escribir

Pero no te preocupes, se me acaba pasando. Hasta vuelvo a hacerlo con más ganas que nunca.
Eso sí, nunca he sabido escribir historias. Solo soy capaz de agarrar un personaje y adentrarme en él. Describir sus miedos, sus pasiones, sus engaños, ignorando por completo su pasado, su presente y su futuro; sin conocer un ápice de su entorno y de su aspecto, de sus acciones o de su gesticulación. Solo me guío por sus posibles pensamientos, por las reflexiones que no ha contado nunca a nadie, por el modo en el que se quiebra su voz cuando su orgullo es vencido por la impotencia. Aunque no sé cuál es la causa o cuál será el desenlace. Pero, sin embargo, siento que en cierto modo conozco lo suficiente, que no me hace falta ni un detalle más para ser capaz de averiguar la pulsación de sus latidos, los motivos por los que se eriza su piel o las palabras que le hacen retroceder.
Y no hay nada en el mundo como esa sensación.