No creo que sea algo tan frío, tan calculador. No creo que sea algo que debas medir o pesar. Creo que es algo que simplemente fluye, que se desliza, que irrumpe. Creo que nunca está quieto, que siempre circula a tu alrededor esperando a que lo agarres, a que lo descubras escondido entre tu pelo, bajo tu ropa o detrás de tus orejas. Y cuando lo atrapas, lo sabes, y el pecho, de algún modo que desconozco, se agranda. Y todas las cosas que había dentro se encogen, dejan hueco a lo que está por llegar. Porque es tan grande que no se puede medir, es tan cálido que todo lo que tenías pensado decirle no lo describe en absoluto y te acomplejas por tu torpeza.
Y cuando busca aún más espacio y sientes cómo se adentra en tus pulmones, en tu esófago y en cada pequeña parte de tu cuerpo, es tan imponente que todas las palabras se vuelven inaudibles, indescifrables.
Y entonces, desaparece.
Y entonces, desapareces.
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