Lo primero que hice fue diseñar sus orejas. Al fin y al cabo, en un principio, mi intención no era otra que la de ser escuchado. La izquierda me quedó un poco más grande que la derecha, y creo que los lóbulos eran algo dispares. Pero no me extrañó en absoluto: era la primera vez que creaba una persona.
Aun así, necesitaba saber si funcionaban, si podían distinguir mi voz, si entendían mi lenguaje. Dibujé sus párpados y perfilé las pestañas, sin atreverme a regalarle ni pupilas, ni color, ni visión. Me aterraba que vieran mi rostro y no se volvieran a abrir jamás. Que adivinara lo que soy y, al terminar su boca, me escupiera sus primeras palabras.
Así que una vez diseñados sus ojos, le pregunté:
- ¿Puedes escucharme? ¿Entiendes lo que digo?
La figura no respondió. Se mantuvo inmóvil, inerte, como un autómata incompleto y sin cuerda. Me acerqué despacio, sin notar mi respiración irregular y mi movimiento robótico. Alcé mi brazo para acariciar sus ojos cerrados y contuve el aliento. Primero rocé sus pestañas, una a una, de izquierda a derecha, de arriba a abajo. Mis dedos trazaron pequeños círculos sobre sus párpados. Eran suaves y tersos, tan reales como los míos. Mientras los dibujé, debí salirme de mi trazo: un lunar minúsculo descansaba en el izquierdo, y al preguntarme cómo podía haber sucedido, de repente, un iris sin rastro de pupilas me saludó.
Mi cuerpo, paralizado, no pudo evitar analizar cada uno de los surcos que formaban sus ojos, de los colores que manchaban su iris. Eran pigmentos que no contenía mi repertorio. Matices que me veía incapaz de crear. Y ese brillo... ¿acaso me miraban con sorna, o era curiosidad? ¿Acaso me miraban? ¿Cómo era posible?
No sé si era una forma de responder a mi pregunta o pura casualidad, pero parpadeó dos veces. Mi boca se curvó en forma de 'o' y, de pronto, continuó con sus parpadeos, una y otra vez, sin descanso, intermitentes. Paró durante unos segundos y fijó sus iris en mis labios. Ante mi claro desconcierto, se inclinó hacia mí y los acarició con sus pestañas. Al principio despacio. Luego con urgencia.
Me aparté unos centímetros y señalé mi boca.
- Quieres tener una, ¿verdad?
Sus ojos se abrieron, quietos de una vez por todas, fijos en los míos. Me revolví, inseguro de mis acciones. Incluso arrepentido. Pero sus iris seguían contemplándome con... ¿decisión? ¿esperanza? O quizá no había emoción alguna, quizá todo era una ilusión que yo mismo había creado...
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