Cuando la plata parece hierro dejo de creer en el mundo
o cuando el rojo se destiñe
la luz se apaga
el contacto se deshace
y los ojos se abren
Cuando pisas la hierba
o si el agua tiembla
la garganta se seca
y cuando agarras el papel
la punta se romp
Calor
Recuerdo que antes sólo quería congelar cada momento. Dejarlo inmóvil. Y que, así, desde fuera, pudiera observarlo con atención sin perder cada minúsculo detalle, cada respiración lenta, cada aceleración de mi pulso.
Pero ahora no. Ahora sólo quiero dejarlo correr, sentirlo difuso, imperfecto. Quiero olvidar la nitidez y centrarme en lo nublo. Quiero que sólo permanezca la confusión de mis sentidos, el temblor de mi corazón: la sensación de que vivo. De que estoy viva.
Pero ahora no. Ahora sólo quiero dejarlo correr, sentirlo difuso, imperfecto. Quiero olvidar la nitidez y centrarme en lo nublo. Quiero que sólo permanezca la confusión de mis sentidos, el temblor de mi corazón: la sensación de que vivo. De que estoy viva.
La música del silencio
No he intentado rellenar el agujero de mis pensamientos con palabras vacías, con palabras huecas y sin sentido. Sólo he permanecido en silencio, dejándome amedrentar por él, permitiéndole que hable por mí.
Y lo que menos me desconcierta es que tiene que decir mucho más que yo, es que tiene más música dentro que nadie que haya conocido nunca.
Y me decido a escucharle, a que mi respiración queda sea acompañada por la suya, a que su intensidad atraviese las paredes.
Pero tiene tanta prisa, tanto miedo a que cualquier otro sonido le vuelva mudo, que entrecorta sus palabras con las siguientes y soy incapaz de entender algo más allá de sus sordos quejidos.
Pero no puedo rogarle que hable más despacio, que intente apaciguar su ansiedad. Si lo hiciera, jamás volvería a sentirlo dentro.
Así que espero a que su propio agujero se complete, a que se adueñe de su misma mudez. A la música del silencio.
Y lo que menos me desconcierta es que tiene que decir mucho más que yo, es que tiene más música dentro que nadie que haya conocido nunca.
Y me decido a escucharle, a que mi respiración queda sea acompañada por la suya, a que su intensidad atraviese las paredes.
Pero tiene tanta prisa, tanto miedo a que cualquier otro sonido le vuelva mudo, que entrecorta sus palabras con las siguientes y soy incapaz de entender algo más allá de sus sordos quejidos.
Pero no puedo rogarle que hable más despacio, que intente apaciguar su ansiedad. Si lo hiciera, jamás volvería a sentirlo dentro.
Así que espero a que su propio agujero se complete, a que se adueñe de su misma mudez. A la música del silencio.
loeresloeresloeresloeresloeres
Siento que hay algo dentro de mí. Algo que es inquieto, impredecible. Algo que es mejor de lo que jamás tendré. Pero es imposible de alcanzar y si, por casualidad, siento que estoy a punto de rozarlo, la posibilidad de que sea intangible y pase a través de mis dedos me aterroriza y paraliza. Me deja inmóvil, incapaz de efectuar otro movimiento que no sea el propio temblor de mis manos. Y permanezco en este trance por más tiempo del que puedo imaginar. A veces dudo de si es un sueño o no. Y a pesar de ello, creo que es lo más intenso y real que he sentido nunca. Siempre que vuelvo en mí, mi labio inferior está marcado por mis dientes y la boca me sabe a sangre. Pero no siento dolor alguno, solo ganas de mirarme en el espejo mientras acaricio las grietas de mis labios con las yemas de los dedos. Me gusta mirarme en el espejo. Mirarme tanto tiempo que olvide la sensación de encontrarme con mi propio reflejo y me confunda con otra persona. Es entonces cuando puedo percibir mis facciones como si fueran las de un desconocido y juzgarlas honestamente. Así noto cosas de mí mismo que era incapaz de sentir antes, como el patrón que siguen las fibras del iris más cercanas a mi pupila o la forma en la que se arquea mi comisura al sonreír. Cuando me doy cuenta de lo genuino del momento, no puedo evitar que se erice mi piel. Y me siento tan extraño, tan lejano de mi cuerpo, que me aterra la idea de no poder volver a él nunca, de alejarme tanto que me sea imposible considerarlo parte de mí de nuevo. De quedarme perdido en el aire, como si fuera una hoja caduca que vuela sin rumbo hasta que aterriza en el suelo y es aplastada por las pisadas de un extraño que no percibe su vacío. En ocasiones me paro a pensar en lo triste que sería para un árbol no escuchar el sonido que producen sus ramas al ser sacudidas por el viento o el canto de los pájaros que descansan en su copa. Es muy triste que no sienta los ojos de quienes lo miran con nostalgia... Y mientras pienso en esto, un día ha pasado y otro, y otro más. Y sin embargo, realmente no ha sucedido nada. Nada ha cambiado a mi alrededor. El fuego sigue quemando y el agua todavía calma mi sed. Pero algo dentro de mí me hace sentir que cada pequeño detalle del mundo es totalmente diferente a como solía ser ayer. Jamás miraré algo con los mismos ojos con los que lo estoy mirando ahora. Y todo sucede tan lento, y a la vez tan deprisa, que me entra vértigo de pensar en cuál de las dos opciones es correcta. En cuál es mejor elección. Y la sola idea de que tenga que renunciar a una sola de ellas me paraliza. El tiempo es algo que siempre me ha obsesionado. A veces me odio a mí mismo por ser incapaz de prestar atención a lo más cercano a mí, a lo más obvio de percibir, como desconocer si la persona que tengo enfrente está sonriendo o llorando de impotencia, y no obstante me pierda a mí mismo entre el olor del césped recién cortado cuando llueve o en el tacto de mis labios agrietados. Y me da miedo que se crean que me son indiferentes, que sus palabras no me resultan fascinantes. Te juro que lo son. Te juro que lo eres.
Pesimismo inteligente
Reíd vosotros, optimistas e ilusos,
Bailad, aunque no haya música,
Durante noches que no querréis recordar,
Sobre una luna que solo brilla por sí misma,
Y no por vosotros, infelices.
Y nosotros, a los que el realismo nos mantiene cuerdos,
Y el pesimismo anclados a unas olas inmóviles,
Dolientes de algo que todavía no hemos vivido,
Cansados de caminar a la deriva,
Nos ahogaremos por la luz que nos ciega desde dentro.
Bailad, aunque no haya música,
Durante noches que no querréis recordar,
Sobre una luna que solo brilla por sí misma,
Y no por vosotros, infelices.
Y nosotros, a los que el realismo nos mantiene cuerdos,
Y el pesimismo anclados a unas olas inmóviles,
Dolientes de algo que todavía no hemos vivido,
Cansados de caminar a la deriva,
Nos ahogaremos por la luz que nos ciega desde dentro.
Interrogación
Le aturde el silencio rotundo que sale de su boca
el impulso eléctrico del impertérrito
el torrente de ideas que mueren al nacer
el reflejo de las gotas vaporosas
el tacto dulce de temblores quietos
el falso candor de quien no tiene miedo
la sombra nocturna que despliegan las alas
el sinsentido de unas palabras que desaparecerán
el impulso eléctrico del impertérrito
el torrente de ideas que mueren al nacer
el reflejo de las gotas vaporosas
el tacto dulce de temblores quietos
el falso candor de quien no tiene miedo
la sombra nocturna que despliegan las alas
el sinsentido de unas palabras que desaparecerán
Romper el cristal
Hay un cristal. Creo que hay un cristal. No sé exactamente dónde está, ni lo he visto ninguna vez. Pero sí, algo dentro de mí sabe que existe. Tampoco conozco su grosor ni su resistencia. No sé si alguna vez podré rozarlo con los dedos o echarle el aliento y dibujar sobre él imágenes que haya soñado, figuras que pinto automáticamente sobre cualquier papel. Creo que soy incapaz de verlo porque se extiende sobre todo lo que conozco, sobre todo lo que se posa ante mis ojos. Y me impide llegar a tocar nada, a sentir nada. A lograr a ser parte de algo. A sentir que soy un componente del mundo. A rellenar el vacío.
En ocasiones siento cómo se ensancha, cómo me separa aún más de la realidad. Y, en ese instante, me veo reflejada en él, veo mi rostro sobre su superficie preguntándose cuántos kilómetros va a abarcar el cristal, cuánta distancia me aísla del mundo. Cuándo se va a romper.
Y sí, hay momentos en los que siento cómo se resquebraja, cómo se llena de agujeros, cómo se llena mi interior del aire más limpio que me ha rodeado nunca... E intento aferrarme a esa experiencia, intento que lo más profundo de mi alma se ilumine por esa luz tan nueva, tan brillante, tan genuina.
Y te juro que logro creérmelo, que consigo, aunque solo sea durante los pocos segundos en los que me miras, que el cristal desaparezca. Consigo que seas parte de mí.
En ocasiones siento cómo se ensancha, cómo me separa aún más de la realidad. Y, en ese instante, me veo reflejada en él, veo mi rostro sobre su superficie preguntándose cuántos kilómetros va a abarcar el cristal, cuánta distancia me aísla del mundo. Cuándo se va a romper.
Y sí, hay momentos en los que siento cómo se resquebraja, cómo se llena de agujeros, cómo se llena mi interior del aire más limpio que me ha rodeado nunca... E intento aferrarme a esa experiencia, intento que lo más profundo de mi alma se ilumine por esa luz tan nueva, tan brillante, tan genuina.
Y te juro que logro creérmelo, que consigo, aunque solo sea durante los pocos segundos en los que me miras, que el cristal desaparezca. Consigo que seas parte de mí.
Ser parte de algo que sí existe
En los sueños en los que es un personaje más, conforme la historia avanza, su rostro se deforma poco a poco. Al principio es capaz de reconocer a la perfección sus uñas, su pelo, sus labios y su nariz, pero luego todos sus rasgos se amoldan a los de otro. Y, a pesar de ello, algo en su interior sabe que es ese personaje desconocido.
A veces se pregunta por qué. ¿Qué razones se ocultan detrás?
¿Se divierte ante la idea de ser otro, o solo por dejar de ser uno mismo?
¿Anhela, sin saberlo, perderse a sí mismo entre cuerpos más definidos, más esbeltos?
¿Entre sonrisas que no estén torcidas, entre unas manos que no tiemblen si nadie las sujeta?
¿Acaso quiere desaparecer?
¿Y no serán esos cuerpos, que no pertenecen a nadie, los que desean ser abrazados, ser parte de algo que sí existe, que sí tiene fondo?
A veces se pregunta por qué. ¿Qué razones se ocultan detrás?
¿Se divierte ante la idea de ser otro, o solo por dejar de ser uno mismo?
¿Anhela, sin saberlo, perderse a sí mismo entre cuerpos más definidos, más esbeltos?
¿Entre sonrisas que no estén torcidas, entre unas manos que no tiemblen si nadie las sujeta?
¿Acaso quiere desaparecer?
¿Y no serán esos cuerpos, que no pertenecen a nadie, los que desean ser abrazados, ser parte de algo que sí existe, que sí tiene fondo?
dreams have a knack of just not coming true
Cuando percibo mi situación, intento aferrarme al más cálido silencio, pero soy incapaz de hallarlo en alguna parte. Ni siquiera en el más tenue y oculto rincón. Mis ojos buscan desesperadamente una salida, pero mi yo más lógico y paciente sabe que es en vano. Que allí, aunque el neón ilumine la pista de baile con decenas de colores, la luz no va a hacer que brille mi piel... que allí, el frío no va a ser tan fácil de burlar.
Y una parte de mí cree que la única solución es cerrar los ojos y dejarse llevar, dejarse arrastrar por el sonido que retumba en mis oídos...
Pero no. Sé que eso me haría perderme a mí misma. Me haría desaparecer.
Y una parte de mí cree que la única solución es cerrar los ojos y dejarse llevar, dejarse arrastrar por el sonido que retumba en mis oídos...
Pero no. Sé que eso me haría perderme a mí misma. Me haría desaparecer.
Y...
Me sorprendo a mí misma dibujando la imagen de una libélula grisácea, casi transparente. La inexistencia de su brillo me acongoja. ¿Dónde se oculta su intensidad, su color? ¿Y por qué, a pesar de su candor, se congelan sus alas?
Me pregunto si es ella o es mi mano. Si es su palidez o mi opacidad. Si son los pigmentos de mis pinturas, que han olvidado el concepto de literatura, o si es el arte en sí, que evita, receloso, que sus alas se desdibujen en el papel y decoren el aire.
Y, sin embargo, me asusta la idea de que lo consiga, de que huya de este cuaderno y no mire atrás, y...
Me pregunto si es ella o es mi mano. Si es su palidez o mi opacidad. Si son los pigmentos de mis pinturas, que han olvidado el concepto de literatura, o si es el arte en sí, que evita, receloso, que sus alas se desdibujen en el papel y decoren el aire.
Y, sin embargo, me asusta la idea de que lo consiga, de que huya de este cuaderno y no mire atrás, y...
...y no pare a reflejarse en mis ojos.
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