Hoy os voy a hablar un poco sobre mí, no tengo ningún motivo aparente. Simplemente, pienso que al escribir te das cuenta de cosas que incluso tú desconocías de ti mismo.
Siempre me ha gustado la idea de que alguien me describa, con pelos y señales. De que cuando alguien le pregunte: ¿Cómo es esa tal Celia? responda con cientos de historias, con otro tanto de defectos, y espero, con unas pocas más virtudes. Que señale manías que ni siquiera yo percibo y que se sepa de memoria todas y cada una de mis caras.
Pero, si nunca he dicho ciertas cosas de mi misma, ¿cómo alguien las va a conocer?
Os podría contar que de pequeña me daban miedo las escaleras, que subía un peldaño con el pie derecho y me quedaba indecisa sobre si hacer lo mismo con el izquierdo. Luego me daba la vuelta y retrocedía, me reía y lo volvía a intentar. Pero, si ahora soy capaz de subir las escaleras sin ningún pavor, eso significa que alguna vez sacaría el valor suficiente para subir el pie izquierdo y que poco a poco, por pequeños que sean, superamos nuestros miedos.
Me gusta recordar esas historias.
Una vez alguien me dijo una frase. Sé que es lo que se suele decir. ¿¡Oh, una simple frase puede cambiarte!? Pues sí. Estoy absolutamente segura de que sí. "Nunca dejes de sonreír, ni siquiera cuando estés triste, porque no sabes quién se puede enamorar de tu sonrisa". Es así de simple. Una frase de un tal Gabriel.
Al nacer te enseñan muchos principios, vas aprendiendo paso a paso. Supongo que me educaron así, con un no menosprecies la vida. Y sé que a veces puede parecer una excusa muy tonta pero, ¿acaso el mundo no está repleto de tonterías? Sonreír no está mal como primer paso.
Aunque quizá tenga que esforzarme un poco más, porque tal vez esa persona que un día conocerá cada centímetro de mí no esté tan lejos.
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