Player 1: tú.


Existen millones de juegos.

Y aunque no lo creáis, los que más éxito tienen no son los virtuales. Ni tampoco el pilla-pilla. Son los que implican dolor. Y no me refiero al sado ni nada por el estilo. Son el resultado de herir a los demás. Y yo, la verdad, me estoy hartando de estos juegos.

No quiero participar nunca más, quiero ser descalificada por hacer trampas. Sí, por intentar escapar.
Al abrir los ojos por vez primera ya estás en la boca del lobo. Ni siquiera conoces las reglas del juego, pero es tomar tu primer aliento y ya estás dentro.
Inevitable.
Ya se han comido a tu primer peón.
Conforme vas avanzando, vas comprendiendo las instrucciones. Estás enganchado.
Herir es tan fácil. No importa si es un alfil o el mismísimo rey.
Lo que fue un juego de niños pasa a la fase final, en el último escenario junto al más fuerte enemigo.
Pero a fin de cuentas, esto es la vida real. Si desapareces no parpadeas dos veces y comienzas de nuevo. Ni tampoco todo el dolor dado y recibido se elimina al pasar los minutos.
Cada acto, cada palabra y cada momento de tu vida es irreemplazable. No puedes apagar la partida y cargarla por donde guardaste la última vez. No tienes unos comandos fijos que seguir, tú decides el final.
Estos juegos de falsedad e hipocresía se adueñan poco a poco de todo aquel que no es capaz de pulsar el botón de salir. Supongo que se queda atrapado en una red de mentiras que él mismo ha tejido.
Y ahora mismo me pregunto si he sido capaz de abandonar la partida o estoy inmersa en medio de una batalla que yo misma desconozco. Me pregunto si será necesario un jaque mate o servirá con quedarnos en tablas.
De todas formas, un GAME OVER no me asusta. Si es necesario, cambiaré las reglas del juego.



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