La verdad es que siempre supe que era un cobarde, pero, no
sé. También es cierto que siempre esperé que fuera mentira. Que me estaba
engañando a mí mismo, como tantas otras veces he hecho. Y, por primera vez, no
me equivocaba. Y sigo esperando a que,
tal vez, de todas formas, encuentre esa valentía que me hará capaz de despegar
mis labios que rehúsan de mostrar mis pensamientos. Si es que ellos, primero,
se encuentran a sí mismos.
Ojalá huyeran de repente, sin dejar ningún rastro de su
presencia en mi mente, y olvidara que alguna vez, aunque no supiera sus
nombres, estuvieron allí, dejando atrás ese torbellino sin sentido que me
arrastra en mis pisadas.
Y hace tanto tiempo que no les dedico ni un minuto, ni un
segundo... que me he olvidado de sus caras. Porque sé que antes sí podía
dibujarlas con los ojos cerrados... y ahora son solo un borrón casi
imperceptible, que, espero, algún día se vuelva nítido.
Y quizá, para ti, no
tenga ningún sentido. Pero sí que lo hay, créeme. Si no lo hubiera... ¿por qué
seguiría palpitando mi corazón? ¿Qué me quedaría dentro?
No hay comentarios:
Publicar un comentario