Fin

Érase una vez un cuento que, cuando sus tapas se abrían, hacía enmudecer a todos los niños. Los grillos paraban de cantar y las luciérnagas brillaban con más intensidad de la que se creía posible. Todos se revolvían alrededor de la hoguera, inquietos. Sí, porque también había una hoguera. ¿Qué es un cuento sin una hoguera en la que perder la mirada? Entonces, cuando el único sonido que se escuchaba era el rumor del viento, el narrador se humedecía los labios y deslizaba sus dedos sobre la primera y única página. Sí, sólo había una página, y estaba vacía. Pero eso era lo que lo convertía en el mejor cuento que jamás habían escuchado. Un libro tan especial que sólo necesitaba una página en blanco para transportarte a otros mundos. Una aventura infinita.

IV

La veo. Está mirando al faro, ensimismada. Le ha crecido el pelo en estos últimos dos años, ahora le cae ondulado por la espalda. No me ve. Suspiro. Esta vez sí es ella. Parece serena y eso me calma. Me acerco y sé que ella siente mi presencia, pero sigue inmóvil. Mantengo esos centímetros que nos separan, como si fueran viejos amigos. Como si siempre hubieran sido sólo esos pocos centímetros. La pausa se aferra a mis huesos, supongo que quiere seguir viviendo unos minutos más... Las olas rompiendo contra la base del puente son lo único que nos salva del silencio. De que el mundo vuelva a girar.
Su mano empieza a buscar la mía, despacio, insegura... Y yo se la doy y tiro de ella. Se da la vuelta y sigo sin soltarla. Suspira.


- ¿Qué hay con esos ojos? - creo que su voz está a punto de quebrarse. Su voz...

Y suspiro. Porque mi mundo ha vuelto a girar.


How would you stop the rain?

And what if I do not lose my breath,
neither my pupils dilate this time? 
And what if I stay plane in every turn
and every stab? 
And what if my beats never beat
but beat me down?
Tell me, what if... 

Is there anything wrong? 
Anything that I have to regret? 
Anything that I have to rewrite? 
And what if I do not feel cold again? 
What if you will not put your arms over my shoulders?
And... what if I decide to feel no more?

What would you do?
What would you remove?
Where would you kiss me so?

Por un tiempo

Siempre buscó una excusa para todos sus desalientos en la lluvia. 

Sabe que, aunque las gotas de lluvia no vuelvan a rozar su piel, seguirá empapada. Que aunque se quite la ropa y, desnuda, se observe en el espejo, seguirá temblando. Que aunque se seque el enmarañado pelo seguirá siendo oscuro como el ala de un cuervo. Y todo esto seguirá por un tiempo.

Pero en un futuro no.


Sabe que sus huesos entrarán en un calor que adormece, que cesarán los seísmos y que su pelo dejará de ser oscuro como el ala de un cuervo. Sus días serán cálidos, su pulso firme y su pelo será del negro de la golondrina. Lo serán por un tiempo.



Y el tiempo, el único que sabe lo que sucederá a continuación, permanece callado. No quiere estropearnos la historia...

La decimoquinta constelación más brillante del cielo nocturno

Y el dragón de escamas blancas rugió. Y su rugido traspasó valles, cascadas y montañas, sacudió el viento y zarandeó los sicomoros y los sauces, que dejaron de llorar. Su rugido alertó a los ciervos y a los conejos, a las libélulas y a las ranas. Atemorizó al mundo entero, a todos y cada uno de los seres que habitaban Virgo. A todos menos a Eli. A Eli no.
Y el dragón de escamas blancas abrió sus fauces y se abalanzó sobre ella. Pero Eli no se asustó. No Eli. Sino que alzó su pequeña mano intentando alcanzar su hocico e inspiró fuertemente antes de decir 
- Hola, Spica. - las orbes doradas del dragón de escamas blancas brillaron, curiosas. Pero no más curiosos que los ojos miel de Eli. Nunca más que los de Eli. - ¿Por qué no ruges otra vez, Spica? - y el dragón dejó de enseñar sus colmillos y descansó la cabeza sobre la húmeda hierba. 
Eli acercó delicadamente -pero con su usual determinación- aún más su pequeña mano, parándola en seco dos centímetros antes de lograr rozar sus escamas blancas. Spica parpadeó y volvió a mostrar sus afilados dientes, medio amenazantes. Fue entonces cuando Eli se aproximó veloz hacia ellos y los acarició, reflexiva. - ¿Sabes, Spica? He visto muchos mundos, más de lo que te podrías imaginar. Pero nunca había visto unos colmillos como estos. Son aún más blancos y afilados que tus escamas. - esta vez levantó su mano izquierda y rozó con las yemas de sus dedos las blancas escamas. Eli enseñó su sonrisa torcida y lobuna al dragón. Juraría por mi propia vida que esa sonrisa daba mil setecientas veces más miedo que la de Spica. Hasta juraría que el dragón sentía un poco de pavor, aunque mezclado con cierta curiosidad. Nada raro cuando se trataba de Eli. - ¡Eh, Pim! ¿Por qué no te acercas? ¡Spica es totalmente inofensivo! ¡Te lo prometo! - me dijo. El dragón de escamas blancas se giró hacia mí. No, no, no, me dije. Me escondí aún más, detrás del sauce gris y cerré los ojos. De pronto sentí un aliento cálido a mi alrededor. Maldición, Eli. Abrí el ojo izquierdo y juro por la Diosa que intenté con todas mis fuerzas no desmayarme. Eli me sonreía, subida al lomo de Spica. Maldición Eli, pensé.
Eso fue lo último que recuerdo antes de despertarme encima del maldito dragón, mientras volábamos hacia un nuevo mundo.


La fuerza de un "¿Qué pasaría si...?"

El corazón es un órgano estúpido. Late por inercia desde que nacemos y abrimos los ojos hasta que morimos y nos los cierran, sin ningún motivo, sin razón aparente. Sin buscar antes una causa y sin molestarse en fingir un pretexto. Y cuando parece que cobra vida y sus pulsaciones se disparan, cuando lo sientes en tu garganta (y en tu esófago), cuando albergas un hilo de esperanza... nada. Vuelve a su rutina, a su tik y a su tak. Vuelve a ser el reloj cuyo sonido hace mella en tu oído (pero nunca en el corazón). Y cuando llega el invierno se cree que merece hibernar y nos da de lado, palpita por palpitar, librándonos de esos pocos sobresaltos que tanto anhelamos. Para hacernos creer que sigue allí, pero no lo hace. Se ha ido.
Creo que este mundo esconde una fuerza increíble en los sitios más impredecibles y más extraños. La esconde como un tesoro precioso y sólo se te presenta si ésta, y su espíritu inocente, cree que debe hacerlo. Quizá si eres impredecible y extraño. O tal vez si no lo eres. Quizá si nadie conoce nombres para definirte.
Si tu esencia está por encima de las connotaciones.
Si tú... das ese calor de combustible infinito que ni el más frío invierno se atreve a apagar.

¿Qué pasaría si fueras así?
¿Te atreverías a acabar con las tormentas y los aludes?
¿Harías del invierno un lugar más cálido?
Un lugar donde el corazón no hibernara y encontrara su razón de latir...

Siendo tan eterno este momento...

A veces mi vida es como una película de ficción que ni yo misma soy capaz de creer. ¿A veces? Ilusa. A veces rebusco y enredo mil pensamientos que no existen, que jamás se han formulado. ¿A veces? Estúpida. A veces sueño con abrazos y gestos de personas que no han llegado, que no llegarán. ¿A veces? Ingenua. Y a veces me siento entumecida al despertar y comprobar que nada ha sucedido, que todo sigue igual que como lo dejé antes de adentrarme en mis sueños. ¿A veces? Patética. 
Y ya van tantas, tantas veces... que me aterra pensar en cómo será la siguiente.
Pero, en otras ocasiones sí que llegan los gestos y las risas, sí que bailamos con más ritmo que el mejor batería (o con menos que el corazón más arrítmico). Esperamos y hacemos esperar al amor, nos quemamos por él y celebramos. ¿Celebrar qué? Cualquier cosa, cualquiera que me sirva de pretexto para bailar a vuestro lado.


Siendo tan pequeño el universo, ¿cómo pudisteis caber allí?

A quemarropa.

Todo pasó en un segundo. Un segundo en el que Brain podría haber estado ajustándose su anillo del dedo anular o tirando de los incipientes pelos de su barba rojiza. O quizá podría no haber estado haciendo absolutamente nada. Sin embargo, ese segundo cambió su vida -y su muerte-. No fue un acto, como una sonrisa torcida, un roce o algún que otro flirteo. No. Fue el segundo en sí. El tiempo se adentró en él, como lo haría una mota de polvo inspirada por accidente. Como la luz que se cuela por las rendijas de una ventana y se refleja en tu piel aún dormida. Pero el segundo todavía no había pasado, excitado y risueño como un niño que juega con pompas de jabón, recorrió su cuerpo de cabo a rabo, sin vacilar ante las bifurcaciones de su interior. Pero el segundo todavía no había pasado, seguía circulando dentro de Brain, impregnando cada célula, cada mililitro de su sangre y cada recoveco. Y atravesó sus venas, acarició sus pulmones y descansó en su intestino delgado. Y ahí se paró. Pero el segundo todavía no había pasado, seguía rozando sus dedos, electrificando su vello y enrojeciendo sus mejillas. No se movió del estómago, pues pensaba que de allí surgían las buenas ideas -sobre todo las más ambiciosas- y decidió quedarse (al menos durante un segundo).
Ese segundo fue como un disparo a quemarropa, como una pregunta brusca.
Inesperado, impreciso, diferente.
Ajeno a todo lo que jamás había sentido.


Pero el segundo no había pasado... el segundo fue eterno.

Casi

Hoy he vuelto a ver esas sombras y esas formas imprecisas que tanto me fascinaban de niña. Ese algo que absorbe todo a su paso y hace que te dejes llevar y mecer. Yo casi me dejaría morir por ello. Casi.
Pero, ten cuidado con las sombras y las formas que imaginas. Advertencia por experiencia (de una experta en ser ensombrecida): tendrán más fuerza y atracción que la realidad.
Y si no, ¡ve buscándote otras sombras!

Apareces, te vas y vuelves.

Quizá la adversidad sea la que nos haga creer en la rutina. O tal vez es la rutina la que nos hace creer en la adversidad. O puede que nada de esto sea cierto. A lo mejor empezamos a creer en momentos únicos. En sentimientos que un día aparecen, otro se van y al siguiente vuelven. Pero nunca iguales. Nunca iguales. 
Nunca iguales...

Me haces falta

Ven. No hace falta que me expliques por qué sentimos frío, pero ven. No hace falta que ensayes previamente tus palabras, ni que me deslumbres con tus metáforas. Ven, ven, ven. Sólo necesito que seas tú, con tus deslices y tus desatinos. Con tus sombras y tus rayos de luna. Que apagues la luz y nos dejes a oscuras. A ti y a mí. A nosotros. A lo que pudimos, podemos y podremos ser. Así que llévate todos mis atisbos de luz, déjame sin corazón. Conviérteme en un monstruo marchito y sin amparo. Pero ven. Hazme olvidar todas las canciones que ya conocía y sorpréndeme con tu música, o con la música que sepamos hacer. No hace falta que cometas locuras y que finjas ser lo que nunca has sido. Ni que finjamos ser lo que nunca seremos. Porque todo entre tú y yo se ve mejor a oscuras. No somos nada. No se aprecian los mecanismos, ni los engranajes que complican tu ya enrevesada forma de pensar. Y si así puedo llegar a ti, puedo conocer cada centímetro, cada mirada, cada expresión de dolor... Ven, ven, ven.
No hace falta que me descifres, ni que me desnudes, ni que aparezca en tu poesía. Sólo necesito que este aire gris que me está envolviendo adquiera un color que merezca la pena: blanco o negro. Que estoy cansada de perderme a la deriva de un mar sin olas, de andar en una isla que nadie conoce. Me estoy aburriendo de estos días sin emociones, sin sobresaltos. De estos días grises que te marcan más que cualquier destello o penumbra. De esta nada que me ahoga si tú no estás. Si tú no estas... 
Y lo peor es que no sueles estar y esta dependencia de ti me está asfixiando más que cualquier día apagado o plomizo. ¿Por qué apareciste? Dímelo. Si era para algo más que alejarme de esta monotonía, dímelo. Porque ahora la rutina son las tardes grises en las que te ausentas. No hace falta que vuelvas si esta vez no te quedas. No, no, no... Ven... Aunque sólo sean unos segundos... Sí hace falta. Sí lo hace. Ven y hazme falta cuando te vayas. 

Vivo

A veces me veo a mí misma, desde el exterior, como si estuviera rememorando un recuerdo. Solo que no lo es y está pasando en realidad. Me miro y dudo de mi propio reflejo. Y justamente en ese instante es cuando más siento y percibo todo. Se me eriza la piel y mis pulsaciones se disparan. Entonces me pregunto si alguien lo ha sentido alguna vez o si soy la única. Y si lo soy, ¿significa que cada persona experimenta una serie de sensaciones que nadie más nota? 
Se me eriza la piel...
Como si de solo pensarlo todo adquiriera un sentido diferente. Más completo. Más utópico, al fin y al cabo.
Más... vivo.

La cara hermética de la Luna

Has despertado ciertas cosas en mí (enhorabuena, no mucha gente lo ha conseguido) y no sé si podré dormir sin pensar en ti de nuevo (¿premio o carga? Corre, elige rápido)
Has despertado una inquietud por vivir (gracias) y has logrado tantas, tantas cosas sin ni siquiera esforzarte (que me asusta pensar en cómo me harías sentir si fueras consciente de ello)...
Y lo haces ver tan simple, tan sencillo... Tan tú (cuando te ríes) y tan poco tú (cuando nadie te ve). Cuando cierras la puerta, apoyas tu espalda y no rompes a llorar. 
Quien está roto no puede hacerse añicos por esos sentimientos. 
No.
No puede.
No puedes.

Sobre hojas secas

Me gusta pensar que cuando las hojas sin vida caen temblando de los árboles no es por las estaciones. Me gusta pensar que significa otra cosa. Quizá en ocasiones nos intentan hacer un guiño, un "sé por lo que estás pasando". Y si tienes suerte ves cómo se las lleva el viento. Arriba. Más arriba. Al lugar donde todos hemos querido volar alguna vez.

El fin de semana que no paró de llover

Perdona si te he rasgado alguna vez,
      aunque solo fueran unos milímetros.
Perdóname, pero no olvides. 
      Vacíame el interior...
            Escárbame por dentro...
Pero espero que no encuentres nada,
      nada que seas capaz de olvidar.
Igual que este fin de semana,
      que no paró de llover.
No lo olvides... no lo olvides...
      Ni lo recuerdes demasiado.
Tenlo ahí, en la mesita de noche.
      Presente y ausente.
            Convaleciente.
Intenta no besarle cuando le veas,
      cuando le recuerdes.
Y después de este fin de semana,
      que no paró de llover,
            espero que no te llueva nunca más.
 Encuentra a otros culpables
      que te hagan sentir bien,
            que den calor a tus huesos húmedos.

Empapados por la lluvia de este fin de semana.

Fuego

Algunas miradas tuyas queman más que el fuego.

Me dan ese calor que adormece,

que te remata si te has creído muerto,

que te desata el autocontrol.


Algunas miradas tuyas no deberían mirarse.

No si te importa tu cordura,

si no quieres olvidarte

de lo que era ser mirado.


Sueños

Recuerda su sueño perfectamente. No. No lo recuerda. O sí. No lo sabe. Recuerda palabras que hablaban por sí solas. Que se le clavaban en el costado, pero sin dejar cicatrices. Y ahora, despierto, se roza con las yemas de los dedos los agujeros que nunca existieron; como cuando de niño paseas tu lengua por el hueco de un diente que se te ha caído. Y entre sollozos: "¿No es extraño echar de menos algo que nunca se ha tenido?"

Héroe anónimo

El señor de la corbata amarilla mira desde su balcón -dúplex del centro, sexto piso- un punto en concreto de las calles de Hamburgo. Lo mira y resopla. Saca un habano del bolsillo derecho de su camisa amarilla Nápoles de puntos amarillos de tres tonalidades: amarillo ocre, amarillo indio y amarillo cromo. Enciende el puro con dificultad; hace viento. Y frío. Mientras da caladas a su puro - nota mental: mañana bajará al estanco- piensa en la noche del decimotercer día del pasado julio. Un mensaje a su mujer de que llegará tarde. Sudor, mucho sudor. Horas extras en el bufete, trabajando. Katja, su secretaria. Una sonrisa lobuna se dibuja en su cara. Harold, todavía no estás acabado, piensa. Su monólogo interno es interrumpido por la risa de dos adolescentes acaramelados que se despiden en la esquina. Los niños de ahora parecen todos unos perroflautas. El chico le da su chaqueta gris a ella. ¡No es necesario! dice, pero piensa lo contrario; era absolutamente imprescindible para la chica de cabello rojizo. Un grito. Su mujer: ¿Qué haces, Harold? Él: ¡Un segundo, querida! Aunque querida no es precisamente el adjetivo que le grita su mente. Sigue mirando a la pareja, que termina de coquetear con un insípido beso. En el apartamento de enfrente un gato Bengala de rayas grises y pardas intenta subir a lo alto del tercer balcón. Harold le ladra. El gato le mira desconcertado y al rato vuelve a lo suyo. Yo tampoco me tomaría en serio si fuera tú, la verdad. Otro grito. ¡Joder, puta pesada! Pero el grito no es de su mujer, se da cuenta cuando oye el segundo. Es la pelirroja de antes. Dos sombras que le sacan más de una cabeza la agarran. El de dos centímetros menos le tapa la boca. No se escucha un tercer grito. Harold imagina que arroja el habano a la calle, se pone sus pantuflas de Homer Simpson, agarra el bate de béisbol de su hijo -ya graduado en una universidad privada- y sale disparado por las escaleras. Reuma, perdóname, pero es urgente. Llega a la puerta semidescalzo, no ve a nadie. Se dirige al callejón: ahí están los muy cabrones. La chica se vuelve hacia él, con lágrimas en los ojos. ¡LARGAOS DE AQUÍ, CAPULLOS, SI NO QUERÉIS QUE LLAME A LA POLICÍA! Las sombras sueltan a la pelirroja y huyen, más veloces que en la mejor escena persecutoria del cine. La pelirroja se abrocha la chaqueta de su novio y se derrumba. Ya ha pasado todo, murmura él. 
La imagen épica en su mente es interrumpida por el grito de su mujer: ¿¡¡Harold!!? El señor de la corbata amarilla pestañea, aturdido. Mira a la calle. Hay una chaqueta gris en el suelo, nada más. ¡Ya voy! Apaga el habano en el cenicerosale del balcón, cierra con llave y se acuesta junto a su mujer. 
- Buenas noches, Harold.
- Buenas noches, querida.





Pero no puedo odiarte...

Aúllan las ganas que tengo de verte.
Desgarra la sed, tiemblan las dudas.
Me doblan las uñas, que quieren tocarte.
Dispara la paz, enferman las curas.

Me invitan los días a olvidarte.
Y los rechazo, aunque ni llegues ni hayas llegado.
Aunque por arriesgar pierda cada gramo de mi suerte.
Me rindo... me rindo... me quedo a tu lado.

Bailan las ganas que tengo de herirte.
Quema el mar, ennegrece la Luna.
Me vacían las palabras que quiero escupirte.
Sana la cal, amarga la cordura.

Me invitan las locuras a amarte.
Y las rechazo, aunque me quieras y me hayas querido. Aunque me ames y me hayas amado...
Aunque por odiar pierda cada recuerdo de mi mente.
Me rindo... me rindo... me has perdido.  Pero nada fue en vano.
                                                          

No te olvides

Mírame, si es que crees que puedes mirar.
Ríe, si es que crees que mereces reír.
Y ama, si ya no te sientes el alma.
Y teme, si no has llorado nunca del miedo.

Cállame, si es que crees que puedes callar.
Vive, si es que crees que mereces vivir.
Y grita, si ya no te encuentras la calma.
Y vuela, si no has levantado nunca los pies del suelo.

Tócame, si es que crees que puedes tocar.
Miente, si es que crees que mereces mentir.
Y dispara, si ya no te hieren las balas.
Y muerde, si no has probado nunca el cielo.

Ámame, si es que crees que puedes amar.
Témeme, si es que crees que puedes temerme.
Y grítame, dispárame o muérdeme.
Pero no te olvides de hacerme volar...

Recovecos

A veces nos enredamos tanto para tocar corazones que olvidamos que los temas más sencillos suelen ser los que más sentimos. Podríamos simplemente hablar de nuestras quimeras; describirlas en palabras, sin recodos ni reservas. Podríamos comentar historias que nunca tuvimos, que nunca lloramos. Y balbucear sobre cuánto las soñamos. 

Closer to the edge

No llegar a los extremos y vivir son polos opuestos. 

¿Dónde está el placer en quedarse corto? 


Durante mucho tiempo he pensado que odiar y amar no pertenecían al día
 a día y que no permanecían dentro de los límites de la cordura. 

¿Quién decide qué y cómo debo sentir? 

En este instante odio. También amo. Y a lo peor mañana no siento nada. 


¿Significa eso que no soy dueña de mi juicio?


Me pregunto si el desorden es provocado por un cúmulo de cosas o si le gusta llegar de imprevisto.
Si se presenta tarde, con una excusa que apesta a alcohol.


¿Por qué este teclado me enfría la mente?


Me pregunto tantas cosas que pierdo la capacidad de responder a la más simple.


¿Cuándo dejó de importar?


7 de Noviembre:

Me gustaría contarte que recuerdo la primera vez que escuché tu nombre, la primera palabra con la que te me dirigiste. De veras, te prometo que me encantaría. Pero no lo recuerdo. ¿Sabes? Siempre pensé que no olvidaría esas primeras veces; esas que nos muestran las películas con un filtro suave y a cámara lenta. Pero lo olvidé y lo siento. ¿Me perdonas? Sé que tú sí lo recuerdas, ¿cómo podrías olvidarlo? (Me doy cuenta de que repito mucho las palabras, es algo que se me ha dado muy mal siempre... Siempre. ¿Ves? Estoy intentando mejorar, pero creo que hay cosas que merece la pena decirlas muy seguido, como: "Hoy hace un día de piscina", "¡Estoy en casa!" o "Siempre". Vaya un paréntesis más largo... Prosigo.) Por eso me gustas tanto, te crees demasiado las películas. Así que, la próxima vez que nos veamos prométeme que me contarás esa historia. O la que tú quieras. Quiero escuchar tu voz y mirarte. Mirarte como se miran en las películas, hasta que nos aborrezcamos. Qué infravalorado está el aborrecerse, cuando hay muy pocas cosas que sean tan bonitas... Ojalá te tuviera tanto.
Aquí hace frío últimamente, pero estoy bien. Supongo que cuando ves gente a tu alrededor con... O más bien, cuando dejas de verla, aprendes a olvidar el frío. Pero a veces vuelve, de repente. Entonces pienso en los días de piscina, en tu vestido azul... Y te juro que desaparece. Me da miedo que tengas tanto efecto sobre mí. Pero temo aún más lo contrario, por si... ya sabes.
Hoy solo es un día más que tachar en el calendario.


Siempre tuyo, 

S.

Tú, que me describiste tantos sueños.

- Todos necesitamos ser rescatados alguna vez, incluso tú, que te aferras a esos conceptos que me suenan tan lejanos, que resultas impasible. Que ni sientes, ni padeces. Que resuelves rompecabezas. Que olvidas. Que me recuerdas. Incluso tú, que siempre fuiste el que me contaba cuentos, que despertaste en mí tantas cosas... 
 Y ahora... cada día estás más entre las nubes.
 Tú, que vives en más mundos de los que están escritos, que nunca has sido de 'ojalá que no hubiera...'. Incluso tú, cuyos susurros llegan más lejos que cualquier grito, cuyo silencio hiere más que cualquier corte.
 Y yo, aunque mi armadura siempre brillará menos, aunque mis historias no tendrán tantos matices... A pesar de que me sigue(s) dando el mismo vértigo; esta vez quiero ser yo la que te haga despertar. - Y te abracé... te abracé tan fuerte para que fueras a donde fueras, siempre soñaras conmigo.

"Dejar huella en alguien y que te la devuelva"

En ocasiones se olvida lo importante que son los años, las pisadas; gateos o zancadas según el momento. Vamos a descompás. Así dejamos más huella y caminamos haciendo estruendo, para ver si siguen nuestro paso. Nos adelantamos sin tener hora de destino. Y llegamos, aunque sea descalzos, subrayando nuestra existencia con algún rotulador indeleble. 
El mundo es más de los impacientes de lo que ha sido nunca (siempre he pensado que los impacientes no tienen límites a los que atenerse).

Y luego, seguimos destacando, pero de forma diferente a la que solíamos hacerlo. Arrastramos los zapatos de piel de cocodrilo, como lo hacen los lagartos. Siseamos. Y nuestras pisadas se ralentizan y se hacen sosegadas. 
Como si así engañáramos a alguien, cuando seguimos siendo aún menos pacientes de lo que presumíamos ser antes.

¿No te has sentido alguna vez un poco adelantado? Como si fueras a más de 120km/h en autovía. Si te das cuenta, date la vuelta. Creo que -quizá no siempre, pero la mayoría de las veces- es mejor andar en compañía, a compás.
Aunque para ello tengas que cambiar tu ritmo.

Y si nos demoramos en el camino más tiempo tenemos para dejar huella, sea por la razón que sea. Así, si te pierdes siempre sabrás volver a tus pisadas.

Cuerpos opacos

No sería la primera vez que nombráramos culpables de nuestras discrepancias a las estrellas, discutiendo sobre cuál de ellas brilla más. Tú o yo. No sería la primera vez que nos engañáramos, al fin y al cabo.
Y no. No sería como un desconocido que crees haber visto alguna vez en sueños, que capta tu interés. 

Nos repetimos, amorY pobres de nosotros, si alguna vez creímos ciertas nuestras quimeras.
Desafinamos, amor. Igual que siempre lo hemos hecho, aunque está claro que la rutina nos formó un tapón torpe e inane. 
Y sin embargo, ahora sí escucho los chirridos, que taladran y me dan escalofríos. 

¿Cómo no pudimos ver que juntos no éramos más que cuerpos opacos? 
Todo se volvió tétrico, macabro. O quizá sólo lo fuimos nosotros.

Por primera vez te confesaré que me dio miedo, y que me lo sigue dando. Me asusta el frío. Sí, ese del que no son culpables las estaciones. Ese que sentí cuando me di cuenta de que jamás fuimos estrellas.

Tú y no tan tú

Un día de estos por no soportar ser tanto y tan poco voy a crecer de un tirón (ya que sea bueno o malo... Digamos que es inconexo, como lo de los escraches). Parece que estoy atascada en este feo limbo, donde empiezo a ser... A ser más superflua que los pañuelos aromatizados. Y a la vez esos señores grandes con bigote van percibiendo mi existencia poco a poco.
¡¡Dentro de año y pico una más de los cinco millones de parados!!
Espero que se haya discernido bien mi entusiasmo.
Y bueno, a lo que iba. Que ser nada empieza a ser aburrido -y eso que los que son algo parecen aún más cansados- y esperar eternidades se va haciendo latoso (no leproso, o quizá un poquito sí). Aunque, por lo menos, ser nada tiene algo de especial; y es que todos somos nada para un día dejar de serlo. Y me asusta pensar que dentro de poco -y mucho- dejaré de ser algo que un día fui.
Muchos piensan que son solo números. Y sí, claro que lo son. Pero son números finitos, pese a que a veces lo releguemos al olvido.
Pero al igual que esto, dejamos de ser quienes somos por multitud de razones -y así volvemos al tema de los escraches, que algunos piensan que son buenos y otros que no tanto- y más a menudo de lo que creemos. Ya que, con seguridad, cada día escuchamos algo nuevo; algo que puede que se convierta en una creencia o que nos importe un pepino.
Pero sí. Cada día dejas de ser tú, para ser un tú mejor, un tú más versado, un tú más alegre o un tú más tú de lo que has sido nunca.
¿Ves?
Esto ha empezado temiendo.
Y termina temiendo. Aunque un poquito menos.

Cartas a abstractos y concretos

Creo que existen millones de contextos para utilizar un adiós. Y quién sabe si tan solo uno de ellos es correcto. Si lo pudiera usar contigo...
No me gusta decir adiós, la verdad. Puede que sea por mi agnosticismo, o por su lado subliminal.
Adiós no me suena a promesa.
Me recuerda a las anáforas y a los efectos del eco. 
Adiós adiós adiós adiós adiós adiós a-d-i-ó-s.

Y si es que esto tuvo alguna vez coherencia... la perdió entre líneas de Times New Roman.

Hasta pronto y sin postdatas.

Trozos

"Yo acepto lo bueno y lo malo juntos. No puedo amar a la gente a trozos"


Creo que los fragmentos que nos gustan u odiamos de algo son lo que nos definen. Tú eres la parte que odias de ese libro que te encanta, o ese trozo que adoras de una canción que detestas. O quizá eres todo, aunque no quieras.
Tú eres quien decide si puedes doblarte más de siete veces o si prefieres ser papel. Tú eliges.
Tú eres un trozo que ni si quiera conoces, eres tierra mojada y ojos vidriosos. Y también eres sequía y pestañeos. Puede que te conozcas mejor que nadie.
Somos rompecabezas de piezas que se están construyendo, a veces en blanco y negro.
Somos finales borrosos.

Y sin embargo.... Un trocito de ti es lo que más odio.

Cambios

Puede que lo que más defina nuestra vida sea la búsqueda interminable de cambios. Esperamos impacientes durante meses, incluso años. Creo que desconocemos nuestra capacidad para buscarlos por nosotros mismos. No sabemos la fuerza que tiene la inquietud de una sola persona. Tu inquietud. En este momento serías capaz de cambiar tu vida de una manera que no puedes ni imaginar. Sí. Creo que eso es lo que nos hace falta. Imaginacn. Ganas de alterar lo inalterable. 
Esperamos a un sinfín de gente que aparezca y nos transforme, cuando no sólo los demás son los culpables de nuestra evolución como personas.
No sé por qué, pero siempre solemos decir eso de "no cambies nunca". ¿Por qué? ¿Acaso el cambio es algo indeseable? Podríamos matarnos con nuestras propias contradicciones.
Cada día que pasa, por mucho que lo dudemos una sola frase diferente que escuchemos nos aporta nuevas ideas y creencias. Pero, otras veces,
la novedad nace en uno mismo. Solo hay que aprender a buscar. 
Tal vez empiece mañana.

La Luna también pica entre horas.

Te dedicas a subsanar mis olvidos, a no dejarlos estar. Hasta me recuerdas los que no he llegado a vivir (y eso solo lo sabes hacer tú). Te sientes aludido cuando no me refiero a nadie. 
Te creo mejor que La Gravedad Cero o que jugar con el vaho un día de invierno; de hecho, podrías gustarme más que el hiperespacio.
Parece que no pierdes tus costumbres, que no puedes evitar que nos señalemos a través de los cristales; aunque no tengamos ni la remota idea de lo que nos decimos. 
Y siempre te imagino con tus desatinos... Con tus deslices:

-"¡Si La Luna está llena es porque se ha comido algúplaneta!"

Pero no intentes ganarme a sinsentidos, ya que eres tan solo un componente más de mi lista de inventos.
Y aún así, pienso demasiado en lo que podríamos haber sido (si existieras).



Peligro de incendio

El hombre ha inventado diferentes tipos de cortafuegos: forestales, arquitectónicos e incluso informáticos. Y sin embargo, es curioso que no haya creado ninguno para salvarse a sí mismo.
Aquel que tenga dos dedos de frente (que me perdonen el símil los frontudos), habrá deducido- si es que anteriormente lo desconocía- el significado de cortafuegos. Pero como nunca se sabe, yo lo explico para los más Paquirrines vagos mentalmente. Resumiendo: un cortafuegos es un impedimento del paso del fuego (en el caso del informático, del paso de virus al ordenador).
Lo que también me inquieta es el motivo de no haber inventado este cortafuegos personal, si es a causa del desinterés o de la dificultad para llevarlo a cabo.
La verdad es que necesitamos uno a toda costa. Un cortafuegos que te avise en la esquina inferior derecha de tu mente sobre la posibilidad de encontrarte con una decepción. Y luego tú decides si aceptas, niegas o pospones la advertencia otra hora más.
Aunque si quizá algún día se llega a inventar, no podríamos saber si dará lugar a algo peor que convertirse en cenizas.
Y sí, me refiero a Justin Bieber.

Restaré importancia a los 'no puedo'

Me gustaría saber el nombre de quién decide qué podemos decir y qué no; cuándo, dónde y de qué manera. Me gustaría saber los distintos porqués que nadie se atreve a preguntar. 
Por qué es incorrecto hablar sin mirar a los ojos o por qué muchas personas dejan escapar demasiados te quieros y luego otras los guardan bajo llave en el cajón de los condones. Por qué tal vez estarás pensando que debería haber escrito el cajón de los calcetines. Por qué sentimos pudor. 
Pero no me atrevo a preguntarlo. No. No lo haré.
Lo dejaré en el aire y me dará una pista el tiempo. Y el espacio.
Sí. Ellos lo harán.
Y averiguaré por qué no puedo hablar con la primera persona que cruce mi mirada sobre los colores y las figuras borrosas que vemos cuando cerramos los ojos. Sobre que si te concentras mucho, se forman a tu gusto. Ves una rana saltando al agua o dos personas muy, muy juntas que bailan un vals. Y de repente estás soñando. O quizá no. 
Y descubriré si esa persona había pensado lo mismo alguna vez. Si al menos comparte conmigo algún que otro concepto. O si le apetece hablar conmigo de tabúes sin cuándos, dóndes y de mil maneras.
Me gustaría saber si será capaz de despegar mis labios que rehúsan de te quieros.
Sí. Lo sabré.

Sin título

Deberíamos hacer borradores de nuestra vida. 
¿Por qué borradores y no gomas? Pues la verdad, no sé en que se distinguen, pero la palabra borrador es más guay (y con diferencia).
Supongo que un borrador es como una entrada, pero un poquito más íntima. Es algo que (en un principio) solo lee uno mismo. No lo escribe por compromiso, o por obligación, sino porque le apetece. No tiene que complacer ni gustar a nadie que no seas tú. Y deberían ser independientes unos de otros, como si pertenecieran a libros y autores diferentes. Está el borrador de cuando estás nostálgico, de cuando no quieres pensar, de cuando piensas tanto que no sabes lo qué escribes o de cuando escribes tanto que no sabes lo qué piensas...
Mi primo dice que un borrador es una hoja en blanco donde tú escribes, luego te corrigen las faltas y al final tienes que pasarla a limpio. Y también es verdad. Supongo que un borrador es lo que tú quieras y tiene más acepciones de las que cree la RAE.
Hoy, por ejemplo, sería un buen día para empezar (me gustan los números redondos)
Martes, 1 de enero de 2013, me dispongo a escribir mi primer borrador. Quizá trata sobre dragones o cuentos. O tal vez trata sobre escribir borradores. Solo sé que deberíamos escribir más a menudo.